Desfiles
Dicen los polemólogos que el último capítulo de la guerra clásica tuvo lugar cuando la caballería polaca atacó a los blindados rusos y fue reducida a cenizas. No lo sé. Se me antoja demasiado similar a la célebre carga de la Brigada Ligera, aquella matanza en la que perecieron cientos de jóvenes caballeros británicos que galoparon a espada desnuda contra las bocas de la artillería turca. Todavía durante la Segunda Guerra Mundial hubo momentos épicos. Mientras a su alrededor las potencias europeas se rendían como frágiles vírgenes ante el empuje germano, el discreto ejército noruego plantó cara a la poderosa Wehrmacht y llegó a poner histérico a Hitler. Aquel mundo de la guerra, capaz de mantener viva la dignidad y la grandeza de los soldados incluso cuando el cuerpo de mando estaba formado por burócratas sin respeto hacia la tropa, pertenece al pasado. Los ejércitos actuales ya no son "nacionales" porque no se alimentan de levas populares a las que hay que instruir en el uso de las armas para defender la libertad. Temerosos de la reacción imprevisible de los ejércitos populares, los poderosos han suprimido el servicio militar y ahora contratan cuerpos técnicos bien pagados que obedecerán al menor temblor del meñique de cualquier potentado.Así que quienes desean seguir siendo súbditos de una nación ya no se sienten representados por ningún ejército y prefieren ver a sus masas exaltadas por espectáculos deportivos nacionales, o conmovidas en alguna ceremonia religiosa. El deporte, la iglesia católica y la decoración folclórica han sustituido a los desfiles militares. La fuerza de la nación, su sangre y su potencia, han quedado reducidas a los cuerpos de policía.
Nada "popular" habrá ya en los nuevos ejércitos, como han demostrado las guerras del Golfo y de Bosnia, en las que ni un solo soldado se ha comportado como un soldado. Ni siquiera el mayor y más eficaz aparato de mistificación y engaño que existe, Hollywood, ha podido producir la más mínima fábula épica verosímil. Los desfiles de las fuerzas armadas se parecen cada vez más a esas procesiones de Semana Santa en las que los extranjeros aplauden el paso de un Cristo torturado y agonizante.
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