La Salpassa
El cura era el que más huevos tenía en el pueblo. De buena mañana recogía a pares de los feligreses; un toque especial de la campana que rompía el silencio del Sábado santo y volteaba primero a Glòria y, por ello, sonaba, sola, en el soterrar de albats, ya que su canto era ángels al cel! àngels al cel!, iba anunciando al vecindario la proximidad de la Salpassa. El señor rector y los escolanets, tocados de sotana y roquete, con estola morada el presbítero, bendecían las casas y deseaban paz a sus moradores: Pau en aquesta casa i a tots els que hi habiten!Las madonas se arrodillaban, con un cirio encendido en la mano, el que las protegía de malos espíritus. Habían dispuesto sobre una mesa un altaret con los manteles bien blancos y almidonados que sacarían a la ventana para alejar tormentas, una canela roja de las sacralizadas por la Candelaria, que volvería a tener llama cuando se formase una tempestad, un cuadro o imagen de virgen o santo protector de la familia, un vaso con agua, un plato con sal y un cuenco con uno o dos huevos; en Catanarruch, se espiaban y, conforme se bajaba la calle, aumentaban los huevos y, si la primera ponía uno y la segunda, dos, la última ya eran docenas: Venim a pels ous del senyor rector.
Los monaguillos rellenaban el vaso con agua bendita con tres cruces dibujadas con sal, la beberían los niños para librarse de diablos, mezclaban la sal con la sal bendecida -se daba a los animales contra embrujamientos- que portaban y, en una cesta, recogían los huevos. Mientras, los niños retornaban el Carnaval, golpeando la tierra y las puerta: Ja ve la Salpassa amb tanta massa; ja està el vicari, tancant a l'armari, menjant farinetes, resant el rosari. Ous ací, ous allà, bastonades a l'escolà. Ous al ponedor, bastonades al rector. Ous a la pallissa, bastonades al justicia.
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