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El entusiasmo del más grande entre los grandes

Carlos Arribas

El golf y el deporte español no serían lo que es ahora si no hubiera existido un golfista nacido en Pedreña (Cantabria) hace 43 años. Esta es una de las verdades dogmáticas que marcan la historia. Pero hay otra verdad menos extendida, y no por ello menos verdad, que dice que el golf europeo no sería lo que es ahora si no fuera por el entusiasmo, el tesón, la determinación y el genio de un tal Severiano Ballesteros. En las más grandes competiciones ha habido un antes y un después marcado por su protagonismo. El Masters de Augusta, por ejemplo, era un torneo grande y local. La chaqueta verde era sólo un objeto de culto sólo para los norteamericanos, parecía; sólo los locales, exceptuando la incursión victoriosa del surafricano Gary Player en el 74, tenían la fórmula ganadora. Hasta el 44º Masters, hasta 1980. Hasta que llegó Ballesteros y ganó. Después del cántabro, que repitió victoria en el 83, la puerta se abrió para Europa. Toda su generación se aprovechó: Faldo, Langer, Woosnam, Lyle. También Olazábal se coló por el hueco. En los últimos 20 años: 10 triunfos europeos, nueve norteamericanos, uno de Oceanía.

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Y la Ryder Cup, más todavía. Hasta 1977 se había celebrado 22 veces la competición bienal, que entonces enfrentaba a Estados Unidos contra el Reino Unido e Irlanda. El resultado global era abrumador: 19 victorias para los norteamericanos, un empate, y sólo dos para los europeos, que no ganaban desde 1993. La competición estaba en crisis, sin patrocinador y a punto de desaparecer por la falta de interés deportivo: el resultado se sabía siempre de antemano: goleada estadounidense. Pero algo nuevo había sucedido, un milagro deportivo que cambiaría para siempre el destino de la Ryder. En 1976, Seve Ballesteros, un chavalillo de 19 años, a punto está de ganar el Open Británico. Es la gran estrella. Es un punto de ruptura con la historia, con la tradición. El siguiente equipo que se enfrentaría a Estados Unidos, ya en 1979, no sería el perdedor habitual del Reino Unido e Irlanda, sería el equipo de Europa. Todo, para incluir a Ballesteros, que para celebrarlo gana en 1979 el primero de sus tres Open Británicos (después añadiría el del 84 y el del 88). Y aunque Estados Unidos siguió ganando algún año más, la Ryder nunca más volvió a ser una competición aburrida y previsible, se convirtió en uno de los grandes acontencimientos deportivos mundiales. En 1985, en The Belfry, Europa ganó por primera vez a Estados Unidos. Tres victorias más se han producido desde entonces.

Severiano Ballesteros ya alcanzó el homenaje mundial cuando capitaneó hacia la victroia a Europa en Valderrama, pero le faltaba un homenaje más definido, un homenaje que englobara a todo un continente por él liderado. Le faltaba el Trofeo Seve Ballesteros. Y su papel clave en la victoria no deja de ser la confirmación de que su entusiasmo puede con todo.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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