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La burbuja del Valencia SAD

Ganar por 5-2 un partido de Copa de Europa sabe a burbujas del champán que celebra victorias. Sin embargo, burbuja para un bolsista es la forma de anunciar el inmediato desplome del valor de mercado de un sector o grupo de empresas, como resultado de un proceso de carácter básicamente especulativo. Al explotar la burbuja la empresa o el sector vuelve a un valor económico más realista con la consiguiente perdida de dinero de muchos incautos. Recientemente, el comisario de la Competencia de la Unión Europea (UE), Mario Monti, ha presentado un pliego de cargos contra Telefónica Media y Sogecable por el acuerdo que estas empresas le notificaron en septiembre de 1999 para explotar derechos audiovisuales de la Liga española de fútbol y de la Copa del Rey. Monti considera que ese pacto "constituye a priori una violación de las reglas de competencias comunitarias". Esta decisión es un paso previo para levantar la inmunidad frente a sanciones que podrían llegar a un máximo del 10% del volumen de negocio que realicen las dos empresas a través del pacto. El comisario de la Competencia de la UE tal vez no lo sepa, pero con su iniciativa, posiblemente, la burbuja de las Sociedades Anónimas Deportivas (SAD) haya empezado a explotar.La infausta guerra de las televisiones digitales y el fútbol puede resolverse por donde nadie esperaba: por un problema de salvaguarda de la competencia. Con ello las predicciones de negocios que se hacían, pueden saltar hecho añicos. Siendo un problema serio para las empresas televisivas, quienes van a notar sus efectos son los clubes y dirigentes, que a lo largo de estos últimos años han especulado, con este aparentemente fantástico mercado de los derechos de retransmisión televisiva. Desgraciadamente este asunto tiene una clave valenciana: la SAD con más capital de este país es el Valencia (cerca de 1.600 millones de capital social) y los movimientos habidos en Canal 9 tuvieron mucho que ver con el desenlace de aquella locura que encarnó Álvarez Cascos con su principio del fútbol como interés general. Entre las SAD que siguen en importancia, está el Atlético de Madrid, pero éste ya ni siquiera llega a burbuja financiera, una vez ha recalado, y por largo tiempo, en la sección de sucesos de los periódicos.

Para calibrar la escalada especulativa vivida, basta con retener el dato de la amortización anual sólo de contratos de jugadores (esto es, traspaso más ficha dividido por años de contrato) al finalizar cada año: 1995, 1.030 millones de pesetas; 1996, 1.110 millones; 1997, 2.280 millones; 1998, 2.810 millones y 1999, 2.610 millones. En otras palabras, como si en los últimos tres años, cada uno de los dos millones de ciudadanos de la provincia de Valencia hubiera puesto 4.000 pesetas, para mantener a una veintena de futbolistas, que aparte han cobrado unas mensualidades muy por encima de la media del resto de valencianos.

No es demagógico afirmar que estas cifras son inasumibles y que no se pueden obviar, argumentando que en todas partes cuecen habas. El mercado futbolístico es economía especulativa de la peor calaña. Con el viento de las televisiones empujando esta locura, el Valencia SAD ha vivido episodios y planteado presupuestos que alteran el juicio ético de la ciudadanía, más allá de la ilusión de ésta, por un buen resultado en Roma.

Las autoridades monetarias llevan tiempo alertando a los inversores acerca de la burbuja que se está creando en torno a Internet. De la misma forma, los que pagamos impuestos que alimentan subvenciones de la Generalitat de varios cientos de millones al Valencia y otras SAD, tenemos la obligación de alertar de lo que está pasando con los presupuestos del fútbol. Con el toque de atención dado por Mario Monti a las televisiones, hay que racionalizar la situación. Una cosa es identificarse con el equipo de toda la vida y otra dar por bueno que es lícito alimentar espirales especulativas. Rumasa o Banesto son antecedentes que pueden servir de referencia de lo que puede ocurrir. Eliminemos al Lazio, pero dejemos de alimentar esta burbuja. La próxima vez que la Generalitat vaya a subvencionar al Valencia SAD, será necesario que recuerde las amortizaciones anuales que supone mantener a esta veintena de privilegiados muchachos.

Gregorio Martín es catedrático y director del Instituto de Robótica.

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