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Sobre la poesía

Gustavo Martín Garzo

En un momento de las conversaciones que en 1970 mantiene con el crítico de cine Jean Duflot, Pier Paolo Pasolini hace una apasionada defensa del milagro. Ante la perplejidad de su interlocutor, que no entiende cómo un ateo confeso como él puede sostener tales posiciones, Pasolini no duda en afirmar que la espera del milagro es inherente a la naturaleza del hombre. Por dos razones. Porque tiene que ver con la necesidad de consuelo y, sobre todo, porque el milagro es forma de "la emoción pura, de la belleza inexplicable". Federico García Lorca, cuya obra sobrevive milagrosamente al aluvión de homenajes a que se ve expuesta por los motivos más peregrinos, las habría suscrito con entusiasmo. De hecho, en una de sus conferencias, habla de uno de los milagros descritos por Santiago de la Vorágine en La leyenda dorada, proponiéndole como imagen de lo que para él debe ser la poesía. Santa Brígida está abstraída en sus oraciones cuando las maderas del altar se pueblan bajo sus dedos virginales de "ecos vivos, de ramas floridas y de nidos". Esa imagen se confunde con la poesía, que para Lorca no surge del querer sino del movimiento del amor. Es en este punto donde hay que entender su distinción entre el poeta imaginativo (Góngora) y el inspirado (San Juan). Es una distinción que, en cierta forma, reproduce la que él mismo estableció poco antes entre el cante flamenco y el jondo en una célebre conferencia. El poeta imaginativo pertenece al dominio de la estética, de la lógica y del paisaje; el inspirado al de la noche, de lo que permanece cerrado, concentrado en sí mismo. Lorca escribe: "Canta como un ruiseñor sin ojos". ¿Pero no es eso lo que hace Santa Brígida en la escena descrita? Ha cerrado los ojos, y al apoyarse en el altar, siente cómo la madera se abre y se puebla de sonidos e incitaciones extrañas. Si ese momento es poético es porque lo poético es siempre "lo que está en el filo, a punto de caer en el sitio de donde no se vuelve".¿Pero qué significa estar en el filo? Que el poeta, como luego dirá María Zambrano, es el que no teme su propia condenación. En su conferencia sobre Góngora, Lorca lo describe como un explorador, un aventurero que se interna en el bosque. Sabe lo que busca y lo persigue sin vacilación, negándose a las otras llamadas de la espesura. Su tarea es descubrir territorios, encontrar relaciones nuevas entre las cosas, iluminar el mundo con la metáfora. Pero esto no basta. En este primer estadio, el pensamiento del poeta aún pertenece a la lógica, al dominio del querer. Tiene un plan, y busca de acuerdo a la lógica interna de lo que quiere. Es decir, no ha accedido a la experiencia del milagro. Para hacerlo es necesario un golpe de fortuna o, tal vez, una mirada distinta, que lo lleve del querer al amor.

En una reciente conferencia, y refiriéndose a aquellos que tachan de oscura su poesía, Francisco Pino declara: "Hendidura es la poesía, abertura ¿a qué? ¿ a la oscuridad? No. ¿A lo difícil? No hay cosa más clara que la noche. Ésta dice: soy noche, no soy día. Como el caballo dice: soy caballo, no soy perro. La poesía: soy poesía, no soy lógica. Quien quiera lógica tendrá que leer lógica y quien quiera poesía tendrá que leer poesía". Pero ¿qué dice la poesía que no puede decir la lógica? Lorca se sirve del mito de Acteón para respondernos. Acteón es un muchacho que sale con sus perros de caza. Se interna en la espesura del bosque y descubre a Diana bañándose desnuda en un pequeño arroyo. Incapaz de sustraerse al milagro de esa contemplación que quiere ser inacabable se esconde tras unos matorrales. La diosa le descubre y castiga su atrevimiento transformándole en un ciervo, lo que provoca que sus propios perros se vuelvan contra él y le despedacen.

Pero el Acteón que se interna en el bosque lleno de determinación no es aún el verdadero poeta. El movimiento de la poesía es un movimiento desinteresado. Se opone al querer. "El que ama no quiere", escribió Lorca. El instante en que el cazador ufano se transforma en un hombre humilde que carga toda la belleza del mundo se confunde con aquel en que Acteón, sin pretenderlo, al apartar unos matorrales, descubre a Diana desnuda. Por eso Lorca, al menos el Lorca inspirado, es un poeta hermético, que no busca la comunicación, al menos como objetivo primordial. ¿Pues cómo podría hablar de lo que le pasa, si no sabe lo que es? Aún más ¿no es ese no saber la esencia misma de la poesía? Un ruiseñor que canta sin ojos, un lanzador de jabalinas de oro que siente la presencia de los que lloran detrás de los árboles. ¿Cómo llamaremos al que hace algo así? "Perdido en la luz, errante en la belleza, pobre por exceso, loco por sobrada razón, pecador bajo la gracia". Pero ¿ese pecador de María Zambrano no se confunde con el poeta amante de Lorca? "La poesía", escribió Lorca, "no quiere adeptos sino amantes. Pone ramas de zarzamoras y erizos de cristal para que se hieran por su amor las manos que la buscan". El poeta es el que ya no quiere salvarse, el que vive, como Acteón, en la condenación del milagro.

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Gustavo Martín Garzo es escritor.

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