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Crítica:TEATRO CRÍTICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un gran autor

Hace tiempo que Ingmar Bergman ya no está de moda, y hasta Fernando Savater dijo en una ocasión no comprender cómo nos pudo gustar su cine en otro tiempo. El problema, claro, es que guste Savater más que Bergman, quien me parece a mí que dijo todo lo que tenía que decir sobre la relación de pareja en Pasión, una de las películas más desesperadas que yo haya visto jamás.Pero aquella película contaba lo que contaba sin la menor implicación personal de su autor, mientras que en esta obra Bergman merodea en algunos detalles de su prolongada relación con la actriz Liv Ullman. No hay nada más devastador que el tiempo, y cuando concurre además la convivencia doméstica el asunto se convierte muchas veces en tragedia. Que Bergman es un maestro a la hora de diseñar la psicología de sus personajes lo muestra una vez más esta obra, de origen televisivo, donde Marian y Juan oscilan entre la sinceridad y el engaño, la agresividad y el hastío, en un fino recorrido casi antropológico que se encuentra muy lejos, por fortuna, del tremendismo a lo Edward Albee.

Escenas de matrimonio

De Ingmar Bergman, en versión de Emilio Hernández. Intépretes, Magüi Mira, José Luis Pellicena. Iluminación, Iñaki Moreno. Escenografía, José María Brica. Dirección, Rita Russek. Teatro Rialto. Valencia.

La pregunta es si sería más enemigo el tiempo que la sinceridad, y aquí Bergman se muestra muy freudiano en su convicción de que el saber conduce sin remedio al sufrimiento. Rita Russek ha montado este repertorio de escenas con el menor énfasis posible, dando lo cotidiano desde sus mismas claves de funcionamiento, Magüi Mira está precisa en su personaje, algo pasada en ocasiones cuando se le va la mano, y José Luis Pellicena añade su natural ironía distanciada a un personaje que se sabe perdido y en trance de aceptar una cierta resignación. La conclusión es parecida a la que suscita la democracia: no es lo mejor posible, pero sí tal vez lo mejor que tenemos.

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