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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Museo

Abierto al público en 1819, con la exhibición inicial de una esmerada selección de unos pocos centenares de cuadros de la colección real, el Museo del Prado se enfrenta ahora con los problemas derivados del reciente fenómeno del turismo cultural de masas, que desborda la capacidad y revoluciona el uso tradicional de los museos históricos.Desdichadamente para el del Prado, los responsables políticos no han sabido comprender a tiempo la importancia y la amplitud de este fenómeno, y desde los años sesenta su actitud ha oscilado entre la incuria contemporizadora y los alocados palos de ciego. Casi un cuarto de siglo después de la transición, la falta de un diseño claro y de una actuación coherente respecto a las necesidades del Prado sigue convirtiendo a éste en motivo de periódicas y confusas polémicas.

Un ejemplo es la suscitada por la ampliación del museo, centrada en discutir la idoneidad de la ubicación y del proyecto mismo elaborado para dotar de un nuevo ingreso subterráneo al Prado desde el claustro de los Jerónimos. Todo arrancó de un concurso internacional de proyectos arquitectónicos, mal concebido, que terminó por ser abandonado, y al que le siguió la formulación de unas restrictivas normas que condicionaron la actuación del arquitecto designado para resolver la cuestión, Rafael Moneo. Entretanto, al Prado se le han asignado el edificio de varios pisos de la antigua sede de Aldeasa, el Museo del Ejército y hasta un edificio histórico en Ávila. Todo eso sin contar que, con las discutibles reformas de las cubiertas, cuyo coste ha sido de 3.000 millones de pesetas, así como con las obras emprendidas en el Casón del Buen Retiro, el espacio potencialmente disponible se ha multiplicado.

De cumplirse todos estos planes, que cuadruplicarían el espacio del museo, asombra que nadie se pregunte cómo podrá hacerse cargo en el futuro la institución de un presupuesto regular de mantenimiento cuatro veces superior al actual, lo que supondría una cifra aproximada de unos 10.000 millones de pesetas anuales. Mientras algunos discuten si la modesta actuación de Moneo atenta contra el valor histórico del claustro de los Jerónimos o si afea el barrio, aspectos comparativamente triviales del asunto, la cuestión de fondo es si la imprescindible ampliación del museo pasa por estas irresponsables manías de grandeza y existe auténtica voluntad de sostener con decoro económico ese futuro Museo del Prado que multiplica por cuatro el actual.

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