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PERSONAJES

José Ángel Sánchez Asiaín

José Ángel Sánchez Asiaín (Barakaldo, 1929) ya no es banquero. El martes de la semana pasada asistió a su último Consejo de Administración del BBVA. No era un despido, ni un cambio de aires. Sencillamente, se jubiló el día de la primavera, al haber alcanzado los 70 años, según establecen al parecer los estatutos del banco.A uno, la banca le ha parecido siempre un asunto mágico, algo que partiendo de lo sencillo (guardar y prestar dinero) puede convertirse en el asunto más complejo del mundo. Más ahora, cuando el pensamiento único nos ha convertido a los modestos ciudadanos en aguerridos inversores de Bolsa, porque de lo contrario no te comes una rosca en el negocio de los ahorros propios.

A José Ángel Sánchez Asiaín se le ha entendido, sin embargo, siempre todo. Cuando previó las fusiones bancarias, cuando las anunció como asunto inevitable y deseable en el mercado financiero español y cuando la materializó desde el puente de mando del Banco Bilbao con el Banco Vizcaya.

La rueda empezó a rodar y aún no ha parado. Va para largo y uno sólo desea que de tanto fusionar no acabemos en el banco único y haya que empezar de nuevo desde el colchón de la cama, aquel banco original que no ofrecía intereses, sino el placer de tocar y ver las posesiones.

A Sánchez Asiaín se le ha definido como el maestro de banqueros o el banquero intelectual. Habrá opiniones para todos los gustos, pero puestos a trasladar, si no definiciones, al menos impresiones, también pudiera anotársele como el banquero cultural, a juzgar por su gusto por la reflexión y ese aire renacentista de su andadura (Fundación Cotec, Club de Roma, Universidad Politécnica, Academia de Ciencias Morales, de Bellas Artes, de Ciencias Económicas,...).

Clásico en los modos, tradicional en la estirpe del trabajo, innovador en lo profesional, Sánchez Asiaín es lo que en aquellos tiempos anteriores, cuando asistía a las clases de economía del padre Bernaola en la Universidad de Deusto, se conocía por un hombre cultivado, palabra caída en desuso, pero tan precisa como esplendorosa (que diría José Agustín Goytisolo).

Cuentan quienes le han conocido por distintas razones, de cerca y de tiempo atrás, que su gestión dejó dos posos incuestionables: la permeabilidad en el acceso personal y la fidelidad al Banco Bilbao (de donde no se ha ido nadie a raíz de los procesos de cambio). Frente a las estructuras rígidas, Asiaín ha preconizado el encuentro personal si con ello se facilitaba el mejor conocimiento de las cosas.

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Y cuentan -y uno lo piensa y lo intuye, aunque no lo sepa- que su llegada a la cúspide del banco se produjo sin codazos, desde que ingresó como subjefe del Servicio de Estudios hasta que fue nombrado presidente del Banco Bilbao en 1974. Pero Sánchez Asiaín tiene más matices. El trabajo le ha acompañado siempre de forma continua, pero no obsesiva. Algunos amigos recuerdan cuando les llamaba alborozado un domingo por la tarde para concretar un cita, porque no tenía que trabajar. Y, sin embargo, esa facundia laboralista se combinó a la perfección con su condición de esposo y padre de cinco hijos (hubo tiempos en este país en los que se tenían cinco y más hijos).

Pasado el tiempo, crecidos los vástagos, el banquero (hoy en Madrid, luego en Bilbao, más tarde en Londres, quizás en Roma o en Nueva York) ha seguido mantiendo intacta la relación paternofilial: tenía como norma que sus hijos le llamaran por telefono casi obligatoriamente, "porque si dejan de llamar una vez, quizá ya no te llamen más", ironizaba.

Pero el rigor pausado y clásico no es sino la plasmación de que todo lo que uno hace merece el mismo interés. Cuando fue nombrado doctor honoris causa por la UPV (Sánchez Asiaín se licenció en la Universidad de Deusto, pero fue catedrático de Hacienda Pública en Sarriko), el banquero y presidente de la Fundación BBV se puso a disposición de la Universidad: visitó previamente el lugar del acto, repasó uno por uno los pasos de la liturgia universitaria, ajustó el discurso al tiempo necesario y apenas señaló una docena de invitados particulares. Lejos de controlar el acto, Sanchez Asiaín sólo quería que el momento más solemne del ritual universitario saliera bien. Nada extraño en un hombre que nunca ha dejado una carta sin responder, como un acto de honestidad y una forma de vivir en el país real de las maravillas.

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