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LA PROFESIONALIZACIÓN DEL EJÉRCITO El factor humano JOSÉ FAURA MARTÍN

Ya está próximo a cumplirse el periodo de transición del Ejército mixto al profesional. El cambio no ha sido fácil, especialmente para los miembros de las Fuerzas Armadas, ya que las previsiones se hicieron atendiendo a unas razones de orden psicológico (con grandes repercusiones de orden político), no ajustadas a las auténticas circunstancias de la defensa nacional, que debieron primar sobre todas las demás. Los Ejércitos han tenido que protagonizar unas transformaciones importantes, algunas sustanciales, sin dejar de hacer lo que debían y con unas limitaciones no siempre debidamente valoradas.Es comprensible que, para los que hemos dejado el servicio activo de la profesión, la desaparición del soldado de reemplazo produzca cierto sentimiento de aflicción, incluso de tristeza, sin que por ello dejemos de reconocer la necesidad de la decisión tomada. ¿Se podía haber hecho de otra manera? Seguro que sí, pero a estas alturas de nada serviría hacer una relación alternativa de posibilidades no contempladas por los planificadores de esta transición, muchas de ellas incontrastables, y otras, quizás, emitidas desde la utopía o el deseo.

Lo que sí me parece reseñable es la conveniencia de que, en los puntos importantes relacionados con las Fuerzas Armadas, se oiga con nitidez, sin presiones, la voz de los militares. El profesional de las armas es, hoy día, un técnico altamente cualificado en una materia compleja, sometida a infinidad de condicionantes (sociales, empresariales, políticos, puramente militares, etc.), que debe ser oído antes de tomar una decisión que afecta a toda la nación, pero que está inmersa en su esfera específica. No digo que sus criterios deban ser determinantes, pero sí tenidos en cuenta, porque ellos pueden aportar matices y sugerencias que, desde fuera, son difíciles de percibir.

Y digo esto convencido de que el obstáculo para hacer realidad esta propuesta reside en la inercia que arrastramos todavía (¿hasta cuándo?) del régimen anterior.

Creo, sin temor a equivocarme, que nuestras Fuerzas Armadas son, en estos momentos, suficientemente responsables para participar en decisiones de este tipo sin que su actitud se altere lo más mínimo. Sería una forma inteligente de aprovechar los valores depositados en una institución que todos deseamos ver integrada en esta España emergente que va a necesitar del esfuerzo de todos. Para comprender lo que propongo, sólo hay que mirar a nuestro alrededor.

En las Fuerzas Armadas actuales, extraordinariamente tecnificadas, la presencia del soldado profesional era imprescindible. Pero no tanto por la necesidad de manejar aparatos tecnológicamente complicados (pues la tecnología facilita, cada vez más, su utilización), sino por la cola logística que se ha alargado extraordinariamente para poder atender al mantenimiento, algunas veces complejo, de estos aparatos. Los ejércitos, como consecuencia de esta circunstancia, están sufriendo unas transformaciones estructurales de consideración. El esquema estructural del Ejército de Tierra, por ejemplo, que hasta ahora era triangular, se está convirtiendo en pentagonal, con una mayor densidad de personas en el centro (mandos intermedios y especialistas) que en la base.

Pero quizás el aspecto más importante de esta mutación es todo lo que se relaciona con la moral del militar. En primer lugar, hay que resaltar la transformación de conceptos que hasta hace poco constituían la esencia de la instrucción moral del soldado. El concepto Patria, por ejemplo, tiene, actualmente, una acepción diferente a la que teníamos hace 20, 30 o 40 años. El mundo presente de la globalización y la corresponsabilidad de todo lo que ocurre en él no tiene nada que ver con el que nos tocó vivir a nosotros. A esto hay que unir la crisis de valores que atravesamos para comprender las dificultades que existen en una parcela importante de las actividades militares. Porque al soldado hay que darle un contenido moral sólido en el que pueda apoyar sus actitudes y desarrollar la vida de sacrificio que, en muchos momentos, implica el ejercicio de su profesión.

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No se va a Kosovo sólo por un sueldo, cuando lo que uno pone en juego es la propia vida, si no existe algo en el espíritu. Es difícil comprender que chicos jóvenes dediquen sus mejores años a trabajar encuadrados en un régimen disciplinario y se sometan a duros entrenamientos. La del soldado profesional es una ocupación que tiene mucho de vocacional y esa vocación hay que alimentarla permanentemente. Por ello, el soldado debe tener una sólida formación moral en 1a que se armonicen sus conocimientos profesionales con la consistencia de unos principios éticos: la libertad, la justicia, los derechos humanos, la defensa de 1os débiles, etc., a los que habrá que añadir, para darle la dimensión adecuada, un profundo sentido de la generosidad, del compañerismo, del espíritu de sacrificio, del respeto a la naturaleza, etc.

Porque a ese soldado, que es el último eslabón de la cadena de mando, se le puede poner en situaciones complicadas. No digo que sea posible (que lo es, aunque con un grado de probabilidad bajo) el que tenga que situarse en la retaguardia del enemigo, sin jefe alguno con el que pueda consultar cualquier duda o decisión, sino simplemente que se le asigne un chek point en Kosovo o Bosnia, en el que tendrá que dilucidar, de acuerdo a las instrucciones recibidas, si deja o prohíbe el paso de un vehículo, o que arriesgue su propia vida por salvar a una persona que jamás ha visto o por llevar medicamentos a un enfermo que incluso puede pertenecer a un grupo disidente. Nuestra unidades que han pasado por los Balcanes tienen un riquísimo anecdotario que ilustraría sobradamente esta reflexión.

Los Ejércitos de hoy día son estructuras complejas, articuladas con tecnología de punta. Tan es así que algunos tratadistas han hecho de la tecnología "la reina de las batallas". Esta afirmación es asumible desde 1a óptica que contempla el alto grado de sofisticación de las armas y los materiales modernos. Pero parece que olvida que es el hombre quien maneja esos aparatos. Entiendo que él es el verdadero protagonista de cualquier actividad que se realice en el seno de las Fuerzas Armadas y, por tanto, a él debemos dedicar nuestras principales atenciones. Su preparación es esencial, y su moral, el sustrato que mantiene el andamiaje de su operativídad. La carencia de armas o materiales puede ser suplida con imaginación e ingenio cuando se tiene una sólida moral (la historia está llena de ejemplos). Pero la carencia de moral es una circunstancia que conduce, irremisiblemente, al fracaso.

Consecuentemente, hay que dedicar los mayores y mejores esfuerzos a reforzar las capacidades intelectuales de los profesionales de las armas y, aprovechando todas las posibilidades que nos brinda la tecnología moderna, organizar estructuras operativas de importantes centros de mando y control, en los que poder articular las complejísimas funciones de un puesto de mando, capaz de tomar decisiones con la rapidez y la eficacia que los tiempos demandan.

De esa forma seremos capaces de asumir el papel de líder cuando seamos invitados a participar en operaciones internacionales por mor de nuestras alianzas y compromisos. Salirse de esta línea es renunciar a muchas aspiraciones que afectan a sectores importantes de nuestra proyección exterior.

José Faura Martín es ex jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra.

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