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El modernismo andaluz ajusta sus cuentas

Al hablar del modernismo andaluz y por ende del español, quizá convenga revisar la historia y también esos libros de texto que falsean la realidad, consagran tópicos y, sin ruborizarse, sus autores simplifican, hasta provocar el sonrojo en los especialistas, acontecimientos que fueron muy complejos y que sólo con el paso del tiempo -se habla de décadas- fraguaron en un movimiento social, político, cultural e ideológico como es el modernismo. Ni el modernismo fue obra de cuatro escritores consagrados, ni hubo confrontación entre las distintas tendencias, ni Rubén Darío fue su único dios, principio y fin de este movimiento literario, como estos autores afirman.

La profesora de la Universidad de Sevilla Amelina Correa, filóloga y estudiosa de la literatura de la época (último tercio del siglo XIX y primeras décadas del XX), señala al respecto: "Cualquier movimiento literario es tan complejo como el proceso de entrecruzar miles de hilos hasta formar un tapiz". Y si subyace, además, una gran carga ideológica, como ocurría en la literatura de aquel fin de siglo, debe citarse a Michel Foucault para explicar algunas de las falsedades que sobre aquella época creadora perduran. El filósofo francés dice: "La cultura dominante demuestra su poder a través de la manipulación de la historia literaria, a la que presenta como un sistema de binarios antagonistas". Esta afirmación le sirve a Amelina Correa para "aclarar" por qué la llamada Generación del 98 -perteneciente al mismo tapiz literario que los denominados, a secas, modernistas- fue presentada como algo positivo, mientras que en el modernismo todo es negativo. "La persistencia, durante décadas, en señalar el enfrentamiento de ambas corrientes carece de soportes reales y objetivos que demuestren que existió esa confrontación", concluye la filóloga.

Otro hispanista, el inglés Richard A. Cardwell, va más lejos: "El discurso del poder privilegia siempre lo nacional, lo patriótico, lo español, en este caso a la Generación del 98, frente a lo cosmopolita, lo parisino, lo europeo... O sea, el modernismo." Por esto, hasta hoy, al modernismo se le asocia con la decadencia y enfrentado, lógicamente, al poder establecido.

Amelina Correa asegura que el modernismo español no lo inventó Rubén Darío, "ni la publicación de su libro Azul, en 1888, fue el inicio de nada", añade. "Más bien", afirma, "cuando él vino a España ya había aquí una pléyade notable de autores, particularmente en Andalucía, que cultivaban este género con éxito". Y cita al cordobés Manuel Reina (Puente Genil, 1856-1905) que en 1877 publicó su poemario Andantes y Allegros, identificado, claramente ya, como una obra modernista. Así pues, Correa sostiene la tesis de que las raíces más fecundas y primigenias del modernismo español brotaron de Andalucía y que sólo cuando la mayoría de sus autores se trasladaron a Madrid cobró carta de naturaleza y acrecentó su valor este movimiento literario.

Uno de los rasgos que caracterizan al modernismo es su confrontación con la sociedad establecida. Aunque hay otros, más propios del arte creador, que lo definen mejor: el sentimiento de vacío, el desencanto con los avances científicos, la pérdida de interés por la vida, la exaltación de los sentidos, el exotismo... "No es un movimiento espontáneo que nace de un día para otro", reitera la filóloga Correa. "Para encontrar sus raíces habría que remontarse al siglo XVIII, cuando la razón y posteriormente la ciencia, lo explicaban casi todo". Es el deseo de sobrevivir al naufragio, podría decirse. Es decir, los modernistas se sienten perdidos en la sociedad burguesa.

Y esta frustración "explota" en Andalucía , -"quizá con mayor fuerza que en ninguna otra parte", añade la profesora Correa- donde, paradójicamente, no existe una burguesía propiamente dicha ni, por supuesto, ha habido revolución industrial. Para esta paradoja Correa no tiene explicación y sólo constata que los "grandes modernistas" (al margen de Rubén Darío) son casi todos andaluces: los hermanos Machado, Juan Ramón Jiménez, Francisco Villaespesa, Salvador Rueda, Alejandro Sawa...

Llega un momento, en aquellos principios de siglo, en el que la ebullición literaria y la proliferación de publicaciones en Andalucía es tal que no hay capital de provincia, ni pueblo de importancia que no tenga su revista. Mientras tanto, los más ilustres autores marchan a Madrid.

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