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Putin rozaba anoche la mayoría necesaria para hacerse con la presidencia en la primera vuelta

Fue agónico. Vladímir Putin, de 47 años, un ex agente del KGB soviético al que Borís Yeltsin ungió como heredero la pasada Nochevieja, se encaminaba al filo de las cinco de la madrugada de hoy (dos horas menos en la España peninsular) hacia una victoria por mayoría absoluta en las elecciones presidenciales celebradas en Rusia. Aunque el recuento no había finalizado, y pese a que el primer ministro superaba por muy poco el 51% de los votos, la tendencia parecía ya irreversible. Salvo un improbable retroceso de última hora, podía considerarse ya como el encargado de dirigir al comienzo del milenio una Rusia que aún no se ha recuperado de las heridas provocadas por la transición salvaje del comunismo a la democracia y la economía de mercado.

Hasta poco antes, durante un angustioso recuento, planeó el fantasma de que Putin tuviese que jugarse el Kremlin dentro de tres semanas con el candidato comunista, Guennadi Ziugánov, que denunció que se había producido un fraude masivo y generalizado con el que se le robaba su paso a la segunda vuelta. La Comisión Electoral Central aseguraba que no había habido irregularidades significativas y los observadores extranjeros esperaban al fin del escrutinio para pronunciarse.A las nueve de la noche, al cerrar los colegios en el enclave báltico de Kaliningrado, el más occidental del país, la Comisión Electoral Central daba a conocer los primeros resultados oficiales, correspondientes al Extremo Oriente, situado a 9 o 10 husos horarios de Moscú. Con el 6,8% de los votos escrutado, Putin obtenía un 45%, frente al 31% del comunista Guennadi Ziugánov. La participación superaba el 67%.

Una noche larga

La noche prometía ser larga y emocionante, ya que se preveía que, a medida que el recuento se fuese acercando a la capital, Putin iría sumando votos hasta poder superar la cifra mágica del 50% más 1 que le convertiría automáticamente en el sucesor de Borís Yeltsin al frente de la segunda superpotencia nuclear del planeta. A las 10, se mantenían las posiciones. A las 11, Putin comenzaba su remontada (46.3%). A medianoche, seguía subiendo (47,2%), y también una hora después (49,5%). A las dos de la madrugada, alcanzaba por vez primera mayoría absoluta (50,1%), y pasadas las cuatro, con el 69,42% de los votos escrutados, llegaba al 51,17%, con más de 20 puntos de ventaja sobre Ziugánov (30,37%). Muy por detrás, se situaban el liberal Grigori Yavlinski (5,78%), el gobernador de la región siberiana de Kemérovo (3,43%) y el ultranacionalista Vladímir Zhirinovski (2,80%).

Un escalofrío debió recorrer la espina dorsal de los estrategas electorales del presidente en funciones en los primeros momentos del recuento. Tres semanas más de campaña podrían deshacer algunas certezas (sobre todo si la guerra de Chechenia sigue dando malas noticias), igual que se había desvanecido en parte la certidumbre de casi todos las empresas demoscópicas, que pronosticaron una victoria arrolladora de Putin.

Aun con segunda vuelta, la operación urdida por Yeltsin y su corte, en la que jugaron un papel clave los oligarcas que se hicieron con medio país a precio de saldo, no se habría truncado. Borís Berezovski y sus colegas, representantes del más agresivo de los capitalismos, el que se basa en los favores del poder más que en la libre competencia, no estaban dispuestos a permitir que haya un cambio de rumbo en Rusia, mucho menos con una alternativa comunista, como en el año 1996. Si entonces formaron un frente común para reelegir a Yeltsin y aplastar a Ziugánov, no cabía duda de que ahora volverían a repetir su estrategia para evitar la derrota de Putin frente al mismo rival.En los últimos días se había especulado con que el propio Berezovski (que oficialmente apostaba por una sola vuelta) jugaba en secreto en favor de que hubiese dos, con objeto de bajar los humos a un Putin que se permitía el lujo de declarar que pondría a los oligarcas en su sitio (incluso eliminándolos como clase) y defendería la igualdad de oportunidades para el pequeño y el gran capital.

Con una segunda vuelta, el dinero y los medios de comunicación de los magnates habrían sido vitales para un Putin, surgido de la nada y sin otra base de poder que, si acaso, sus buenos contactos tras 16 años como espía y una jefatura del Servicio Federal de Seguridad, heredero para asuntos internos del KGB. No sería poco porque, si es cierto lo que se dice, ha podido reunir sin pagar un rublo material comprometedor sobre personajes clave de la política y la economía que sólo rivaliza con el obtenido por Berezovski a golpe de talonario. Putin se habría visto obligado también a negociar con los líderes regionales y algunos de los candidatos derrotados.

Rusia es un país bicontinental 30 veces más grande que Francia y con 11 husos horarios. Por eso, se comenzó a votar en el Extremo Oriente a las nueve de la noche del sábado (hora peninsular española), y no se dejó de hacerlo hasta las siete de la tarde del domingo, en Kaliningrado. Mucha gente pasó la noche en vela, sobre todo al Este de los Urales, a la espera de saber si, finalmente, Rusia tenía ya nuevo presidente. Y no uno más, sino precisamente el encargado de la regeneración de un país marcado por la paradoja de ser inmensamente rico en recursos naturales mientras que es pobre la mayoría de sus 145 millones de habitantes.

Vladímir Putin, presidente en funciones, primer ministro, ex jefe del FSB y del Consejo Nacional de Seguridad, espía durante 16 años y vicealcalde durante 6 de su ciudad natal, San Petersburgo, quiso ganar el Kremlin sin explicar a los votantes de una manera clara cual es su plan para regenerar Rusia. Su campaña electoral (que él incluso negó siempre que existiera) se basó en una serie de promesas e ideas sin desarrollar que pueden esconder tanto designios dictatoriales y estatalistas como de democracia liberal.

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