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Reportaje:LA CASA POR LA VENTANA

Retirarse a tiempo

Una derrota política tan abultada como la sufrida el pasado domingo por las formaciones de izquierda no se fragua exclusivamente en un par de semanas de la campaña electoral, aunque la suma de errores de unos y aciertos de los otros en esos días de sobreactuación forzada contribuyen a precipitarla. De entre los muchos desaciertos cometidos por los socialistas en la campaña -pacto improvisado e indefinido con otras fuerzas de izquierda, descalificaciones constantes de un adversario poderoso que tenía ganado el puesto de cabeza en la línea de salida, adopción de una tristona actitud de queja ante las inconsecuencias o arbitrariedades del oponente- tengo para mí que la más grave de todas ha sido la desenfrenada carrera en los últimos días de campaña a favor del voto del pensionista, prometiendo paraísos de futuro en lugar de reforzar en el guión las denuncias constantes de algunos perfiles intolerables de la situación presente. No hace falta hilar muy fino para sospechar que sumarse a esa ordalía de promesas suponía hacerle el juego al adversario, ya que el partido en el Gobierno siempre tendrá mayor credibilidad a la hora de alardear de su inmejorable posición para cumplir esa clase de objetivos. Que la izquierda se haya sumado alegremente a ese festín de ofertas sin otro objetivo que captar el voto del jubilado sugiere la ausencia de una alternativa global que finalmente ha pasado factura.La lectura positiva de la fuerte derrota de la izquierda es que se evita así el lastre del continuismo en su partido mayoritario, que habría resultado letal en un corto período de tiempo. Que los socialistas todavía confiaran en una derrota por la mínima significa que todavía no estaban dispuestos a dar paso a esa renovación profunda capaz de resituar no sólo sus expectativas electorales sino el contenido de las políticas que desean desarrollar, una renovación que ahora no tendrán más remedio que afrontar con el peor de los motivos. La necesidad de haber llegado hasta el desastre para verse forzados a emprender las medidas imprescindibles desde hace mucho tiempo queda también en entredicho, ya que son abundantes las advertencias en ese sentido formuladas por amplios colectivos próximos al socialismo. Es una actitud digna considerarse como una irresponsable pérdida de tiempo, que también habrá de tener sus consecuencias.

El problema ahora, y esa sería la lectura negativa del asunto, es no ya sobre qué bases puede refundarse la izquierda sino con qué objetivos. Reorientar las posiciones de una izquierda más o menos clásica y manipulada por la burocracia partidista no es tarea que se improvise en un par de meses, tanto más cuanto que no se trata precisamente de limitar las medidas a un relevo generacional de sus dirigentes. La sospecha de que buena parte de los jóvenes que votaban por vez primera el pasado domingo dieron su apoyo a la derecha, así como la mayoría de jubilados (pese al peso que una tradición combativa pueda tener todavía en ese colectivo), sugiere tal vez un cierto desplazamiento del discurso político clásico y dificultades de la izquierda para aprehenderlo. Las elecciones han deparado una situación paradójica: es probable que la derecha haya obtenido su aplastante victoria también con los votos de quienes pasan de política pero no se abstienen de votar.

La estrepitosa victoria de la derecha va a entorpecer, por otra parte, la necesaria redefinición de la izquierda, y no sólo por el natural desánimo ante un repaso de esa clase, sino porque habrá de poner a prueba su capacidad para captar el presente desdeñando el refugio del pasado. No basta con cambiar el paso para seguir la misma dirección. Ese presente de nuevo perfil incluye el desplazamiento de la instancia política de su centro de gravedad a favor de la eficacia de gestión. En ese sentido, la victoria de la derecha coloca en primer plano la débil percepción de pertinencia y credibilidad de debate político por parte de los ciudadanos. La desatención social respecto de que algunas consecuencias indeseadas de la política de anteriores gobiernos socialistas sean hoy objetivos prioritarios del Gobierno de la derecha circularía en esa dirección, y la insistencia del Gobierno en centrarse en los efectos de su gestión para desacreditar todo debate político, cuando no la política misma, no parece episódica ni limitada al diseño de la estrategia electoral. Frente a eso, lo que queda de la izquierda no sabe oponer sino creencias. Buena parte de ellas, disparatadas.

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