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La 'cremà' de Ciprià Ciscar J. J. PÉREZ BENLLOCH

Entre los socialistas, y especialmente al parecer en el PSPV, la resaca del 12-M va para largo. Por el momento, un puñado de militantes destacados, acompañados de algún que otro columnista periodístico ejerciente de arbitrista, se aplican a la búsqueda de culpables. Se trata, por lo visto, de aplacar la ira de los dioses sacrificando unas cuantas víctimas, señaladas como responsables del desastre electoral. El trámite tiene sin duda un alto poder analgésico en tanto que sustituye las necesarias reflexiones, más arduas y perentorias. A este respecto menudean estos días las referencias más o menos oportunas a la catarsis, la purificación del colectivo socialista, cuya más cumplida expresión es la pretendida poda de un manojo de cabezas dirigentes.Y ninguna cabeza más a mano y a propósito que la de Ciprià Ciscar, en quien buena parte de sus compañeros valencianos concitan una pila de agravios. Por lo pronto, el padecido por el reciente fracaso en las urnas. La contundencia del mismo ha sido incluso celebrada, pues propicia y hasta legitima pedir su jubilación política, pues no en balde fue el coordinador de la campaña del PSOE y cabeza de lista por Valencia, con los tristes resultados conocidos. Con tales cargos a sus espaldas cualquier pelanas se ha sentido armado para darle leña al mono, como si el problema del partido -y de toda la izquierda- se ciñese exclusivamente a una gestión personal y más concretamente a la de nuestro paisano. Demasiado elemental.

Pero esta belicosidad, como es sabido, sólo es un ajuste de cuentas por los viejos conflictos que, a juicio de muchos o de los más, impidieron la estabilización del PSPV. Conflictos de cuya gestación y desenlace se inculpa a Ciscar. Es posible que no fuera suya y por entero la cuota de culpa, pero en todo caso es innegable que, como responsable federal de organización no allanó el camino hacia la pacificación, algo esperable tanto por su cargo como por su predicamento. Optó por ser parte beligerante en una guerra que, como se ha constatado, todos perdieron. Ahora habrá de pechar con el reproche por la dimisión forzada de quien fue secretario general Joan Romero, la frustración del congreso extraordinario de julio pasado y el mortificante tutelaje de dos comisiones gestoras sucesivas.

Y no obstante, Ciscar ha declarado que vuelve a la política valenciana. Lo anunció en las semanas previas a los últimos comicios, subrayando que esta decisión era firme e independiente de cómo le fuese al partido. Lo ha ratificado estos días y es de suponer que le sobran pelos y señales para pulsar el ambiente que le aguarda, denso de resentimientos, vendettas y con muy tibio apoyo mediático a quien otrora fuera un encantador de plumillas y serpientes. Vuelve, decimos, y quizá esta opción explique la insidia de ciertas críticas empeñadas en quemarlo como un ninot. Más aún, ya se le da por incinerado en esta suerte de liquidación general del partido o refundación por cambio de negocio que postulan algunos.

Sin pretender pisarle la hierba a los pitonisos, nos arriesgamos a predecir que el ex consejero conseguirá de nuevo sentar sus reales en el partido. A poco que ceda el estruendo del cabreo y los juicios sumarios, se caerá en la cuenta de que nada mejor que una cabeza política bien amueblada para transitar por el largo y ancho desierto que se abre ante el PSPV. Tanto más en un partido vacunado contra la imaginación y el aventurerismo, despoblado además de líderes y hasta de catecúmenos que apunten maneras y madurez suficiente. Esos habrán de sazonarse para cuando les llegue su hora, que bien puede tardar lustros.

Dicho de otro modo: el destino al que aspira Ciscar no es precisamente brillante, como nunca lo es administrar la mohina. Por fortuna para él, y para el PSPV, ha tenido tiempo y ocasión de adiestrarse gestionando desde los órganos centrales del partido la crisis que ha dejado tras de sí la descomposición del felipismo. Aquí, en el País Valenciano, la descomposición no es menos acentuada.

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