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Más de 50.000 empleos a la deriva

La reacción de los trabajadores en las dos fábricas afectadas dejaba ayer traslucir el diferente destino que les aguarda. Los 9.500 empleados de Rover en Solihull, en el centro del país, que dependerán de Ford, esperaban seguir montando los modelos Range y Land Rover, Freelanders y Discovery "para un patrón que sabe lo que tiene entre manos". En Longbridge, sus 8.500 colegas ahora a merced de Alchemy Partners, se mostraban recelosos. La sociedad ha admitido que se perderán muchos puestos de trabajo y las declaraciones de Jon Moulton, su fundador, contribuyeron ayer a ennegrecer aún más el ambiente.

"Habrá muchas bajas. Es inevitable y lamentable a la vez. Los trabajadores que se vayan recibirán pagos generosos. Los que se queden tendrán muchas más oportunidades", dijo Moulton, dejando entrever que la plantilla restante podría participar en el accionariado.

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Stephen Byers, ministro británico de Comercio e Industria, trató de tranquilizar a los sindicatos del sector y transmitirles el enfado del Gobierno ante una venta en cadena que le ha cogido en falso.

De la casa Rover dependen en total unos 50.000 empleos, proveedores y trabajos asociados incluidos. De ahí que los sindicatos hayan calificado el día de la venta como el peor en la historia de la industria manufacturera británica.

"Hemos hablado mucho y bien con los sindicatos del automóvil. Quiero que los trabajadores de Rover sepan que el Ejecutivo está de su parte. No les dejaremos solos. Buscaremos una salida a los despidos", aseguró Byers.

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