Siempre nos quedará el colesterol
Quizá sea cierto que no hay izquierda ni derecha, aunque hay gordos y delgados. Tal vez se hayan agotado las ideologías, incluso las ideas, pero el mundo está lleno de obesos y desnutridos. Lo decía el domingo este periódico. Más aún: por primera vez en la historia, y según un informe del World Watch Institute, el número de obesos había alcanzado al de desnutridos. En algunas partes del mundo están mezclados los unos con los otros, pero los gordos no tienen más esperanza de vida que los delgados porque han cogido masa corporal a base de comer porquerías, de deglutir hormonas. Casi podríamos decir que se encuentran en el mismo bando, como los demócratas y los republicanos. En otras palabras, que no hay gordos ni delgados como no hay derechas ni izquierdas. Sin embargo, hay angulas y hamburguesas. A lo mejor es necesario reconstruir el mundo desde ahí. En situaciones de confusión conviene volver a la aritmética, aunque nos hubiéramos hecho la ilusión de dominar el álgebra.El domingo ganó las elecciones un señor que apelaba a la modernidad, al futuro, a las tecnologías punta, aunque él, por si acaso, va a misa de doce todos los domingos. Mientras Aznar oía misa en España, el Papa, en Roma, pedía perdón por los excesos cometidos por la Iglesia en defensa de la verdad. Según el Pontífice ya no hay excesos, pero continúa habiendo verdad. Y si hay gente que vive en la verdad es porque otros vivimos en la mentira. Todo conduce a su contrario. Mueren las ideologías, pero surgen los obesos y los desnutridos, los fumadores y los no fumadores, los inmigrantes y los aborígenes. Mucha gente no sabe dónde colocarse, o busca argumentos peregrinos para caer del lado de las angulas. Un poeta muy bien situado acaba de decir que García Lorca habría votado a José María Aznar. Bueno, por lo menos aún hay García Lorca. Pero se ha quedado solo el pobre frente a los tipos de interés.
Además de los tipos de interés, están los intereses de los tipos que mueven el cotarro. Cuando la fusión entre Telefónica y el BBVA se dijo que las elecciones eran ya un puro trámite, algo así como el certificado de defunción después de la autopsia. Algunos, sin embargo, fuimos ingenuamente a votar, como si no hubiéramos oído una y mil veces que se había terminado la Historia. Y es cierto: ya no hay Historia, pero hay historias. Ahí está la de Pinochet (cuántos excesos en defensa de la verdad), o las de los inmigrantes de El Ejido. Ya no hay realidad, en fin, pero siempre nos quedará el colesterol. Por cierto, que hay un colesterol bueno y otro malo, aunque no sabríamos decir cuál ha sustituido a las izquierdas y cuál a las derechas. Yo, si aún se puede elegir, me apunto al que tenía Blas de Otero, que en ningún caso habría votado a Aznar. ¿Quién dice que ya no hay ideales?
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