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Tribuna:Elecciones 2000
Tribuna
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Mayoría sin querer MIGUEL ÁNGEL AGUILAR

Escribía Santos Juliá el domingo pasado en estas mismas páginas que todos los contendientes de la pasada campaña electoral iban ¡a por la minoría!, que ninguno de ellos exhibía las legítimas pretensiones de alzarse con la mayoría absoluta para llevar adelante su programa, sin necesidad de deformarlo con las adaptaciones y los condicionantes impuestos por los aliados necesarios. Incluso los más ambiciosos, Partido Popular y PSOE, sólo buscaban ser la más numerosa, la primera, de las minorías. Es decir eso que otros prefieren llamar la minoría mayoritaria. El propio director de la campaña del triunfante PP, Mariano Rajoy, consideraba como máximo éxito el logro para sus colores de 168 diputados. Pero se ha cumplido el efecto Mateo, según el cual al que tiene se le dará y al que no tiene, aun lo que no tiene, le será quitado. De nuevo las encuestas, tan costosas, han ido al fracaso rotundo por la concorde timidez de sus pronósticos. Esta vez el éxito ha sorprendido a la propia empresa, la victoria ha sido incondicional y la derrota, sin paliativos. Sólo los adversarios que reconozcan la magnitud del triunfo y aprendan del propio fracaso estarán en condiciones de hacer otro tanto.Pero, volvamos a la noche electoral, que cada vez es más corta. Alabemos, antes de nada, la tecnología española que permite al ministro de turno dar apenas dos horas y media después del cierre de los colegios resultados con más del 50% de del voto escrutado. Ya quisieran algo parecido incluso en otros países que se tienen por avanzados. Pero anotemos también que la promesa de datos en tiempo real disponibles sobre determinadas páginas web de Internet, quedó para otra próxima ocasión. Por el momento, seguimos con el bucle que se reservan como ventaja temporal propia los titulares del poder.

Reprobemos, además, enseguida y con escándalo manifiesto, un detalle de la comparecencia efectuada en el Palacio de Congresos ante los medios informativos por los titulares de Interior, Jaime Mayor Oreja, y del portavoz, Josep Piqué. Había dado, el primero, los datos básicos del recuento de papeletas y su compañero de mesa vio la oportunidad de adornarse incensando al Partido Popular. Concluyó sus palabras y para sorpresa de los profesionales se escuchó una sonora salva de aplausos, manifestación de la que es preciso avergonzarse antes de que cunda semejante modelo. Porque, ¿desde cuándo los periodistas que se encuentran de servicio prorrumpen en manifestaciones de adhesión a las autoridades que comparecen para informarles? Y si hubiera sido otro público agregado el que aplaudió convendría que en adelante fuera excluido de esas ocasiones informativas o instruido de su deber de abstenerse de cualquier manifestación de agrado o de repulsa.

José María Aznar sale reforzado en lo personal porque la decisión de llevar la legislatura hasta su vencimiento fue suya y la sostuvo contra el parecer de ministros y asesores. El peligro es que se crezca tanto que se instale el culto a la personalidad del que ya se han visto retazos cuando se sustituyen las referencias al PP por las del partido de José María Aznar hacia el que se deslizan ditirambos, en una especie de torneo floral del halago que empieza a estar muy competido. Por lo que se refiere al programa de investidura, es imposible que venga Jordi Pujol con la rebaja ni con la factura, y tampoco en la composición del Gobierno va a tener el presidente que cumplir con familias y tendencias internas del PP que ha conseguido domeñar y ante las que para nada se considera deudor. Dispongámonos, pues, a partir de ahora para ver a un Aznar incondicionado, con un esquema muy personal de confianzas, amistades o enemistades. Por eso parece que empresas e instituciones consideraran enseguida la oportunidad de poner cara de circunstancias para no desmerecer el favor de un poder acrecentado y se descuenta, por ejemplo, la inmediata retirada de Juan Villalonga, que abandonaría la presidencia de Telefónica para tomar otros senderos profesionales.

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