Un pacto sin impacto
A la izquierda le ha derrotado el Partido Popular y la abstención. El pacto de la izquierda ha sucumbido bajo la movilización de una mayoría que confía en que la continuidad de José María Aznar sea sinónimo de continuismo en la buena situación económica, y ha entrado en una vía de retroceso por la enorme desmovilización -¿cabría decir desmotivación?- de su propio electorado.La apuesta de Joaquín Almunia y de Francisco Frutos ha resultado estéril en medio de una situación en la que los ciudadanos no daban aún síntomas de cansancio hacia un Gobierno que ha llegado hace cuatro años, tras un periodo socialista que terminó en una fase de extenuación, y cuando aún no han emergido con toda claridad las consecuencias de las actuaciones más negativas de la gestión del Partido Popular.Con tal panorama, y sin un liderazgo capaz de suplir esas adversidades, el pacto de la izquierda plural ha encallado, atrapado por la marea baja.
Fue un pacto que arrancó condicionado por circunstancias que han amortiguado su impacto. Joaquín Almunia no se decidió a lanzar su oferta hasta que quedó totalmente claro que el candidato de Izquierda Unida a la presidencia no iba a ser Julio Anguita, acérrimo adversario de los socialistas. Esa espera aproximó el ofrecimiento del pacto al inicio de la campaña electoral, sin dejar mucho margen de tiempo para conseguir una mayor difusión y explicación.
Siendo ésa una cierta rémora, hay que reconocer que el pacto no ha sido fruto de una progresiva complicidad, sino del pragmatismo inteligente de quien se encuentra en apuros, en el caso de Izquierda Unida, y de quien necesita abrirse a nuevos mercados para alcanzar la rentabilidad imprescindible para triunfar, en el caso del PSOE. La escenificación y algunos roces han mostrado hasta qué punto no se trata de una alianza entre competidores que han decidido convertirse en socios, sino de competidores que han amortiguado su rivalidad con el objetivo de derrotar a un rival común.
No responde sólo a la timidez de Almunia y de Frutos el hecho de que no se hayan abrazado hasta el último momento, cuando resultaba ya imprescindible dejar en la campaña esa huella visual. Y es significativo que el líder electoral de Izquierda Unida se haya desmarcado públicamente, incluso con cierto desdén, de la promesa socialista de una paga extraordinaria para los pensionistas y haya dejado constancia de que el candidato socialista presentó por su cuenta las 18 medidas que pondría en marcha en sus primeros 100 días como presidente del Gobierno.
Esos incidentes del recorrido, por otra parte bastante normales, apuntan a que tanto unos como otros temen todavía aparecer muy vinculados. La ausencia de un mitin conjunto es el signo más claro de esa estrategia de ir juntos, pero guardando las distancias.
El pacto, al fin y al cabo, nació no de un deseo, sino de una conveniencia. Lo que Joaquín Almunia ha hecho ha sido traducir en hechos la señal que envió cuando se hizo cargo de la Secretaría General del PSOE y habló de la "causa común" de la izquierda. Con su oferta electoral a Izquierda Unida no sólo ha intentado, con convicción, derrotar al Partido Popular, sino que ha empedrado un camino que, más adelante, le permitirá recordar que él dio pasos efectivos para aglutinar a todo el electorado de la izquierda y rentabilizar al máximo su voto, como lo hace el PP en el centro-derecha. Un proyecto para atraer a un electorado que, de otro modo, podría seguir refugiándose en la abstención. Aunque es difícil que lo haga más de lo que lo ha hecho ahora.
Para Izquierda Unida, la conveniencia iba unida al apremio de sobrevivir a una galerna anunciada. Pero los destrozos causados son responsabilidad de quien ha ido conduciendo la nave directamente al naufragio, sin atender las advertencias de sus propios votantes. El coordinador general de IU, Julio Anguita, alentó la ensoñación del sorpasso al PSOE, ensayó una pinza con el PP, se sintió cómodo con Aznar en La Moncloa y rehusó asumir plenamente responsabilidades políticas cuando los resultados electorales empezaron a pasar factura. Izquierda Unida ha pagado en estas elecciones el precio de los errores acumulados desde años atrás y que se resumen en uno: equivocarse de adversario.
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