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Tribuna:Elecciones 2000
Tribuna
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Una reflexión

Atrás ha quedado una campaña electoral que, apenas transcurridas unas horas, nos parece muy lejana. Esta tarde, cuando cierren los colegios electorales y las radios y las televisiones den a conocer los resultados de las primeras encuestas, se iniciará un nuevo periodo del gobierno de España. Con él, volverá el ensimismamiento de nuestros políticos, su lejanía, el olvido de los ciudadanos. Esos mismos ciudadanos a los que insistentemente han apelado las últimas semanas en demanda del voto.Durante los pasados días, se han sucedido las reuniones, los mítines, las manifestaciones. Los candidatos de los partidos han recorrido las calles de nuestras ciudades, se han mezclado con el público, han departido con él. Han visitado los mercados, las universidades. Han sonreído a los unos y a los otros. Se han dejado fotografiar en las situaciones más pintorescas. Nosotros hemos atendido sus promesas, sus compromisos. Hemos oído sus descalificaciones. También hemos escuchado algunas -pocas, muy pocas- ideas. Nuestros políticos sienten un verdadero pánico hacia las ideas y procuran huir de ellas en cuanto la ocasión se lo permite. De todo ello, nos ha quedado un sentimiento confuso, una desazón, un desánimo que los comentaristas han contado repetidamente en los periódicos. Tal vez no era esta la campaña que algunos hubiéramos deseado.

Y, sin embargo, me temo que la campaña que nosotros hubiéramos deseado tampoco habría despertado grandes pasiones entre los ciudadanos. Quienes escribimos en los diarios, solemos atribuirnos, con frecuencia, una representatividad de la que carecemos por completo. Pretender que, en una sociedad como la nuestra, pueda darse una campaña seria, profunda, donde se debatan las ideas y polemicen serenamente los candidatos, es una ingenuidad. Olvidamos que las campañas están hechas para llegar rápidamente a todo el mundo y que, más allá de razonamientos, de discusiones, lo que se persigue es crear una imagen, reproducir un gesto, vender una promesa que gane esos votos que se consideran decisivos.

Pero sí que ha habido algo, en esta campaña, que merecería la desaprobación de todos los ciudadanos: el mercadeo creado en torno a nuestro voto. Resulta repugnante que, quienes se postulan para dirigirnos, pretendan comprar nuestra decisión por las pesetas de una paga extraordinaria o una rebaja en los impuestos. En ese gesto del político que nos cree tan venales, habita la creencia de que todo tiene un precio y puede manejarse. Y el convencimiento de que es el dinero y no la forma en la que se gobierne nuestro país lo único capaz de preocuparnos. Mal asunto. Quizá, si no hubiéramos construido una democracia tan olvidadiza con nuestra propia historia, no les resultaría tan sencillo a algunos formular estas propuestas. Al menos, el respeto a los miles de españoles que entregaron su libertad y su vida para que hoy podamos votar, debería bastar para impedirlo.

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