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Tribuna:Elecciones 2000
Tribuna
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Balance de campaña

Después de unos días de sobreabundancia partidista, la sabiduría empírica, por una vez coincidente con la ley electoral, impone un respiro dedicado a la reflexión. Ha sido ésta una campaña poco brillante, pero con alguna novedad: algún insulto personal menos, utilización sistemática de la conceptuación negativa del adversario y aparición de unos cuantos temas de campaña sobre los que no ha podido haber discusión efectiva por demasiado técnicos o por la voluntad de rehuir el debate. Como siempre, queda el desasosiego producido por una España, en apariencia demasiado dividida, en la que resulta imposible que la amistad o la razón traspasen las barreras del partidismo. Pero esa situación supuesta no se corresponde a la realidad. Bastaría que los partidos enarbolaran la ironía en vez de esa gruesa estaca por la que sienten adicción para que la impresión fuera distinta.Aznar ha llevado la iniciativa de la campaña, pero está por ver que haya sacado partido de esta ventaja y de los aspectos más positivos de su gestión. Durante la campaña que dio la primera victoria presidencial a Clinton, en su cuartel general había un cartel que recordaba cuál era el tema central de debate, del que nadie debía separarse un milímetro. "Es la economía, estúpido", decía, y en las oficinas del PP no debe haber habido uno muy distinto durante estas semanas. Tiene su lógica, pero más hubiera valido añadirle alguna coletilla, con puntos suspensivos, referente a la política. Poco hubiera costado a Aznar, por ejemplo, dar alguna explicación u ofrecer alguna corrección respecto al modo en que privatizó su gobierno. Sólo tenía terreno que ganar deslizando la sugerencia de una renovación del Ejecutivo con independientes en su segundo mandato para quitar el mal sabor de la ineptitud de algunos de sus colaboradores en el primero. Pero, sobre todo, creo que ha desaprovechado excelentes oportunidades en dos terrenos. Alguno ha dicho que, al no acudir a ciertos medios de comunicación -no sólo a una cadena, sino a varias-, ha cometido un error, pero, en mi opinión, resulta más bien que ha desvelado un síntoma y no sólo de una forma de ser cautelosa, sino de una actitud más profunda. Al mismo tiempo, durante la campaña, Aznar ha olvidado una sabia sentencia de ese maestro de la política española que fue Pio Cabanillas (padre). "De frente, nunca", aconsejaba éste a la hora de tratar con el adversario. Hay algo en los cromosomas de Aznar que le impide evitar la confrontación desmelenada, sobre todo con el PNV, como si de eso no fueran a derivarse consecuencias. No sé si le hago un favor, pero resulta toda una paradoja que su jefe de campaña, Rajoy, suela estar mejor en el debate que aquél a quien sirve. Si es obligado tener en cuenta otros aspectos que ha tenido el Gobierno de Aznar hay que imaginar también los negativos que derivan de estas dos realidades.

Almunia sorprendió con un comienzo de campaña en que ofreció un pacto a Izquierda Unida que no ha tenido unas consecuencias tan visibles durante todo su transcurso. Los resultados dirán si este riesgo merecía la pena, pero, de entrada, no le ha dado la oportunidad al dirigente socialista de marcar el ritmo de su propaganda. En parte ha sido porque le ha proporcionado un compañero de viaje no muy preparado para hacerlo y que le aleja de un sector de la sociedad donde hubiera podido también obtener sus votos. El giro que ha realizado IU es positivo y probablemente irreversible, pero tiene un lastre de tanto peso en las espaldas de algunos de sus dirigentes que crea conflictos, la inmoviliza y hace pensar si no hubiera sido mejor dejarla hundirse con aquél. El patriotismo de izquierdas, por otro lado, puede crear espejismos como, por ejemplo, confiar en la aparición de un oasis de movilización popular o pensar que son sólo los más pudientes aquéllos a quienes preocupa el peso de los impuestos. IU, en fin, aleja a parte del electorado de centro y dificulta de forma grave la posibilidad de un acuerdo con el catalanismo, fórmula ya probada y con no malos resultados; no se entiende por qué cerrarse a ella. La derecha ha esgrimido el espantajo de una más que improbable revolución cuando parece más cierto decir que el pacto ha creado perplejidad. Resulta, hasta cierto punto, una incógnita, pero, al mismo tiempo, enfrente, ya sabemos con indudable precisión quién es Aznar.

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