Los papeles AGUSTÍ FANCELLI
Si usted se encuentra un día, a las 17.30 horas, en un lugar en el que hay un moderador, cinco invitados y una treintena de personas de público y el moderador dice "bona nit" y los cinco invitados le contestan "bona nit" sin que el público se eche a correr, usted, amigo mío, es que está en la tele. A partir de esa primera mentira, puede decidir creerse cuanto va a seguir o no. Yo le aconsejo la vía de en medio: pensar que esos tipos se reparten unos papeles que van a interpretar para usted, al margen de si se los creen mucho o poco. Veamos qué clase de papeles son. El del moderador es un papel especial que pasa por un artefacto llamado telepronter: ahí tiene apuntados los temas del debate y los tiempos que otorgará a los invitados.Más allá de ese papel, su función consistirá en cortarles si se pasan y en impedir que hablen todos a la vez. Este reglamento puede aplicarlo al modo de Van Gaal o de forma normal, sin que se note que él también va de libreta: es por lo que optó Josep Puigbó ante los cinco cabezas de lista por Barcelona que ayer pasaron por su programa Àgora.
Joan Saura llevaba muchos papeles, que consultaba con frecuencia para extraer unos datos que arrojaba pertinazmente a la cara de Josep Piqué. Se trataba de unos papeles como ciclostilados, que daban muy mal por cámara al no incoporar ningún elemento gráfico, pero que, en cambio, parecían estar ordenados y proceder de fuentes serias. Papel de reparto. A su lado, Xavier Trias llevaba unas pocas cuartillas, se diría que escritas a mano: tal vez el pie de algunas ideas básicas. El resto quedaba enteramente confiado a una vis cómica de excepción, comparable sólo a la de Núñez. Su papel incluyó el pinyol del debate. Fue cuando Serra y Piqué hablaban a la vez sin escucharse y él, con aquella vocecita de quien parece que no esté, espetó a Puigbó de forma perfectamente audible: "¿Ve como no se les puede dejar solos?".
Los papeles de Narcís Serra son una incógnita, como los del Cesid. Llevaba muchos, pero no los sacó ni pareció que los consultara en ningún momento. A decir verdad, tampoco daban la sensación de estar muy claros ni de haber sido estudiados con excesiva diligencia. Así los papeles, el papel resultante fue ausente, como de invitado de piedra. Venía a continuación Piqué con una panoplia de papeles en colores, escupidos por una impresora de doble chorro de tinta: gráficos que pasaba una y otra vez por cámara y que, con variado diseño -línea ascendente, barras-, venían a decir todos lo mismo: que se ha crecido una enormidad de 1996 para acá. Papel vistoso y agradecido, especialmente cuando te lo dejan cantar a tu aire, como fue el caso.
Y finalmente estaba Joan Puigcercós, la mayor parte del tiempo, tachán, sin papeles. No los necesitaba. Él interpretaba un papel, el de Cataluña, que se sabe de memoria, como también sabe que se trata de un papel obligado a salirse de vez en cuando del guión de las elecciones. De modo que cada uno estuvo en su papel. Y Dios en el de todos.
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