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Dos antagonistas

Van Gaal se arma de vídeos y libreta y pone todo bajo su control, sin licencias para saltarse el guión; Del Bosque apenas disecciona al rival, escucha la opinión de sus futbolistas y prefiere la intuición al método

Louis Van Gaal (Amsterdam, 8-08-1951), libreta en ristre, paseará hoy un rato por el césped del Bernabéu, firmará unos autógrafos a través de las vallas que separan el rectángulo de juego de la grada y saludará a quien se tercie sin darle la espalda a nadie, ya sea un directivo del Real Madrid o un recogepelotas. A unos metros, se paseará el comandante del banquillo local: ceño fruncido, manos en los bolsillos, andar irregular marcado por la ostensible cojera de una herida de guerra en los campos de fútbol, Vicente Del Bosque (Salamanca, 23-12-1950), paseará su mirada incrédula por el mismo escenario con el aire sereno del viejo medio centro.El reloj digital del Bernabéu marcará media hora para el partido. Van Gaal, ya habrá impartido a todos y cada uno de sus jugadores las consignas habidas y por haber después de estudiar libretas, vídeos, pizarras, entrenamientos, opiniones de sus más directos colaboradores y hasta la prensa durante ocho horas de cada uno de los seis días transcurridos desde que el Barça jugó su último partido. En aras a su objetivo de tener bajo control cuanto pueda suceder, Van Gaal lo aprovecha todo. Ni se contiene lo más mínimo a la hora de corregir durante un entrenamiento a un jugador -su mal genio deriva en periódicas broncas-, ni escatima elogios a la prensa española -su gran cruz- de la que elogia los exhaustivos análisis que publica sobre los aspectos propios del juego y que le sirven en su intento de diseccionar al microscopio al rival de turno y a su propio equipo.

Vicente Del Bosque no levanta la voz. Y si habla se le escucha brevemente, seco y en castellano -"soy de Salamanca", advierte-. En su intento de interferir lo menos posible, huye de la soberbia a la hora de dar órdenes. A los jugadores "es mejor convencerles que vencerles" -asegura- e inconscientemente o de forma premeditada, inspira sentimientos filiales entre ellos. "El míster nos ha dado alegría", aventura un Karanka de aire cándido. Del Bosque suele preguntar a los jugadores por sus impresiones, les consulta, escucha su opinión antes de plantear un partido, cuando les cambia de posición, o a la hora de analizar el juego. Después decide él, en solitario, porque -argumenta- "esto no es una cooperativa".

Durante esta semana, en la pizarra que tiene colgada en su despacho del Camp Nou, el holandés escribió la alineación y el sistema táctico que sospecha que presentará el Real Madrid. Todo tiene que estar bajo control. Hasta el punto de que el pasado 19 de diciembre en el partido ante el Atlético y de regreso al vestuario después de que Luis Enrique acabara de marcar un bello gol tras un gran pase de tacón de Rivaldo, les recriminó a ambos por no haber mantenido en esa jugada la posición que les había asignado. Nadie puede salirse del guión.

Del Bosque es más intuitivo que meticuloso. Sostiene que para tomar determinadas decisiones hay que apelar a las primeras impresiones, al instinto, lo "primitivo". A la hora de preparar un partido no recurre a los vídeos salvo cuando el rival es poco conocido, como en la Liga de Campeones. Todo se limita a una charla táctica en el hotel y otra antes del partido, en el vestuario. Un discurso corto y rotundo que Del Bosque prepara con mimo y recita con celeridad. El ceño fruncido, la cabeza prodigiosa coronada por una mata de pelo alborotado, la voz grave y un aire solitario confieren al madridista cierta severidad. "Este tipo lo tiene claro", comentaba ayer uno de los capitanes, algo sorprendido ante la estela imperturbable que despide el técnico en vísperas de un duelo trascendental.

Si una vez que el balón está en juego hay que rectificar,Van Gaal lo hará pero sin poder evitar que se note lo mucho que le cuesta. Su actividad durante los 90 minutos es constante. La libreta no deja de funcionar un solo momento y no para de hablar y consultar con sus ayudantes. El despliegue de medios es impresionante. El entrenador de porteros, Frans Hoek, se sienta a su lado con un teléfono móvil último modelo en el que registra los datos que acontecen sobre el césped y a través del cual recibe también los datos que computan desde una posición panorámica, habitualmente junto al palco, otros técnicos, como Jose Mari Bakero. Pese a su febril actividad, digamos que científica, Van Gaal no reprime sus emociones. Y si -pongamos por caso- Rivaldo anota de chilena como en el último partido ante el Valladolid,se levanta como un resorte brazos en alto, como si fuera él quien hubiera marcado.

A Del Bosque no se le aprecian libretas, cuadernos, ni teléfonos móviles cuando se sienta en el banquillo. Le acompaña el segundo entrenador, Antonio Grande, y Javier Miñano, el preparador físico. Es raro verle de pie, y si alguien en su equipo marca un gol aflora su rocosa austeridad castellana. Un gesto con los puños y poco más. No se borra su mirada grave. Y si su equipo pierde, se maldice. Se siente culpable de todas las derrotas.

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