Dámaso Santos, crítico literario
Dámaso Santos (Villamañán, León, 1918) batalló durante muchos años por una crítica literaria profesional y abierta. Con Guillermo Díaz-Plaja, Juan Ramón Masoliver y Felipe Sordo creó en 1956 el Premio de la Crítica, que desde entonces se ha venido fallando sin interrupción y es el único que se concede en las cuatro lenguas de España, en las antípodas de todo provincianismo o regionalismo cutre. Ésta fue una de sus batallas y hasta ahora la ha venido ganando, pese a los obstáculos que se erigen contra un premio, que es inmaterial y simbólico, en un momento tan poco propicio como éste a tales aventuras del espíritu. El Premio de la Crítica no siempre ha acertado, pero es sin duda el que se ha equivocado menos de cuantos de cierta entidad se fallan en este país. Ningún nombre capital de nuestras letras en los últimos años carece de este premio. He aquí un argumento que debiera hacer meditar a quienes, a veces alegremente, se han lanzado a hacer especulaciones equívocas cuando el premio no ha caído del lado que el comentarista prefería.Tarea esencial de Dámaso fue propiciar un espíritu abierto, de confraternización, que llevaba a integrar en el jurado del premio a todas las corrientes. Por eso y porque era la memoria viva del galardón, la Asociación Española de Críticos Literarios lo había nombrado presidente a perpetuidad del jurado. Ya el año pasado no pudo acudir, y muy mal debía de estar para ausentarse de su premio. Este año su ausencia planeará dolorosa, pero será un estímulo para seguir haciendo posible la nada desdeñable aventura de conceder un premio inmaterial pero que figura en todos los currículos.
Dámaso llevó a cabo una lucha importante desde los periódicos por darle su lugar a la crítica literaria. Ninguna historia de ésta podrá hacerse sin mencionar las páginas literarias del diario Pueblo (del que él fue subdirector) que coordinó, donde, además, de hacer su comentario semanal daba entrada a todo el mundo, sin preguntarle a nadie por el color de su carné de identidad. Él practicaba una crítica generosa, cordial, de entusiasmo literario, con la que se podía o no estar de acuerdo en su contenido, pero cuyo talante concitaba todas las adhesiones posibles.
En esta hora del desencuentro definitivo (falleció el pasado lunes y fue enterrado el martes), vaya a él nuestro recuerdo más leal.-
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