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Tribuna:NEGRITAS
Tribuna
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Rosa

Allá por 1982, en plena euforia, los socialistas repartieron como propaganda electoral un objeto digno de figurar en el museo de Salvador Dalí o en una exposición de Alejandro Gorafe: una rosa de plástico a la que si pellizcábamos con la debida pericia una de las hojas ponía en marcha un mecanismo que reproducía la música de La Internacional. Eran tiempos inocentes en que los himnos aún gozaban de cierto crédito y la rosa del PSOE, con su hiperrealismo plastificado, se podía colocar sin pudor en un florero en el cuarto de estar.Yo conservo una de aquellas rosas. La conservo como aquel personaje de Jorge Luis Borges que sueña que está en el Paraíso y como prueba de su visita alguien le entrega una flor que al despertar descubre marchita entre sus manos. Un servidor vivió en una estación donde el arte kitsch aún no había nacido y la gente escuchaba con cierto entusiasmo La Internacional. La rosa es la prueba. No recuerdo quién me la regaló en el bullicio periodístico de la noche electoral. Quizá Angel Díaz Sol, Javier Torres Vela o algún otro de los veteranos que aún sobrevive.

Los artículos de propaganda electoral tienden un sutil puente de simpatía entre el partido y sus votantes, una delicada línea de complicidad entre la ideología y las necesidades domésticas.

Teresa Jiménez y Francisca Pleguezuelos, candidatas socialistas por Granada, reparten durante estos días entre informadores y simpatizantes artículos muy diferentes de aquella surrealista rosa sonora. Los socialdemócratas quieren guiñar el ojo a un electorado que defiende el bienestar de la clase media, cree en el socialismo sexual más que en el económico y presume de cierto gusto por el diseño industrial.

Por eso regalan un llavero con una moneda que permite liberar el carrito de la compra en los grandes almacenes; un preservativo con su estuche para llevar en el bolsillo, y una linterna de luz tan exigua que es al mismo tiempo, como tantos objetos de diseño, inútil y preciosa. Otros partidos regalarán chequeras, banderitas de solapa, encendedores ostentosos y broches metálicos para las camisas. Pero aún no ha nacido el que regale látigos y botas de cuero.

En lo único que coinciden los partidos es en regalar puñados de caramelos. Pero el envoltorio con el anagrama impide adivinar el gusto.

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