El cerco en torno a ETA se ha estrechado tras el final de la tregua
Pocas horas antes de que ETA asesinase ayer al secretario general de los socialistas alaveses, Fernando Buesa, y a su escolta, Jorge Díez, el ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, advertía desde Alicante de que la organización terrorista podía "matar antes del 12 de marzo". Las premonitorias declaraciones del ministro no lo eran tanto, pues Mayor venía avisando casi diariamente desde hace semanas sobre la posibilidad de un inminente atentado de ETA.
Fuentes de Interior reconocen que no se tenía ninguna información que avalase los agoreros pronósticos del ministro. Sencillamente, como dijo él mismo, "a la hora de predecir lo que puede hacer ETA, acierta quien se coloca en el peor de los escenarios".Hay otro criterio que no falla: ETA siempre cumple sus amenazas. Por eso, desde que el 28 de noviembre del año pasado la organización terrorista anunció el fin de la tregua unilateral que había mantenido durante 574 días, las fuerzas de seguridad se preparon para afrontar lo peor.
La tardanza en ejecutar su primer crimen -el asesinato del teniente coronel Pedro Antonio Blanco en Madrid el pasado 21 de enero- llevó a algunos a pensar que ETA podía dejar en suspenso su amenaza, ante el giro soberanista aprobado por la Asamblea Nacional del PNV.
Para los expertos antiterroristas, este planteamiento adolecía de una gran ingenuidad: si ETA no atentó antes es porque no pudo hacerlo. Primero lo evitó la Guardia Civil, que el 20 de diciembre interceptó en las proximidades de Calatayud (Zaragoza) un convoy con más casi 1.000 kilos de explosivos camino de Madrid. Horas después se intereceptó otro vehículo con 700 kilos más. Luego, lo frustró la Policía, que el 3 de enero detuvo en Bilbao a tres integrantes del comando Vizcaya con un coche bomba.
El largo lapso transcurrido, justo un mes, desde el primer crimen hasta el segundo, disparó de nuevo los rumores sobre un hipotético alto el fuego tácito hasta después de las elecciones, para no perjudicar las posibilidades del PNV. Pero ETA ha demostrado sobradamente que desprecia al nacionalismo democrático, aunque lo necesite como aliado. Y que tampoco le importa debilitar al Pacto de Lizarra, que perdió su único socio no nacionalista, Izquierda Unida-Ezker Batua, tras el anterior atentado.
Una organización debilitada
En los casi tres meses transcurridos desde el final de la tregua, ETA también se ha debilitado. Y no sólo políticamente. La cooperación de Francia, que no se interrumpió en ningún momento, ha recibido un nuevo impulso con la extradición del antiguo número uno de la banda Francisco Múgica Garmendia, Pakito, y, sobre todo, con la captura del ex jefe del comando Vizcaya, Juan Carlos Iglesias Chouzas, Gadafi, con 15 asesinatos a sus espaldas.
Más inquietud que la creciente cooperación francesa ha provocado en el entorno de ETA la nueva cooperación de México, que en enero entregó a cuatro activistas y el pasado día 18 extraditó por vez primera a uno, Óscar Cadenas Lorente. Si Francia era tradicionalmente la retaguardia de ETA, México era la retaguardia de la retaguardia, un lugar donde los etarras retirados temporal o definitivamente del servicio activo podían descansar tranquilos, bajo la protección de la potente colonia de origen vasco.
De México regresaban precisamente Íñigo Elkoro y Mikel Korta, detenidos el pasado 29 de enero en el aeropuerto de Barajas bajo la acusación de pertenecer a la red Xaki, el aparato de relaciones internacionales de ETA.
Por orden del juez Garzón fueron arrestadas un total de ocho personas; entre ellas, un miembro de la Mesa Nacional de HB, Gorka Martínez. En realidad, esta operación no era más que la reanudación del desmantelamiento del aparato paralegal de apoyo a la banda terrorista, que en el verano de 1998 llevó al cierre del diario Egin. Aunque nadie lo admitiera expresamente, el cerco de la Audiencia Nacional se aflojó durante los 14 meses de tregua.
Los responsables del Ministerio del Interior se cuidan mucho de utilizar la palabra debilidad cuando se refieren a la situación interna de ETA, pues saben que asesina más cuanto más necesita aparentar fortaleza, pero algunos signos demuestran que no se mueve con la facilidad de otros tiempos. Por ejemplo, la detención, a principios de mes, del presunto colaborador del comando Vizcaya Gotzon Beloki, cuando intentaba salir de España por Barajas utilizando su propia documentación, y no una falsa, pese a encontrarse en busca y captura.
El recurso al coche bomba
Tanto los dos atentados consumados por ETA tras la ruptura de la tregua, como los dos frustrados, se basan en la misma técnica: el coche bomba. Se trata de un sistema particularmente cobarde. Es el que menos riesgo conlleva para el asesino, pero también el que menos preparación requiere. Y es que la reincorporación de veteranos pistoleros ya retirados, a quienes ETA hizo regresar a Francia durante la tregua, y el reclutamiento de jovencísimos hijos de dirigentes históricos ilustra la creciente dificultad para sustituir a los terroristas detenidos sin una sensible merma de su cualificación criminal.
Desde el punto de vista político, la alianza del PNV y EA con EH, la marca electoral de HB, sobrevivió al envite del primer atentando de ETA, al precio de la suspensión, más retórica que real, de su pacto de legislatura. Pero acabó de quebrar la confianza entre los Gobiernos de Madrid y Vitoria, ensarzados en una escalada de descalificaciones mútuas.
Y, sobre todo, la convivencia en el seno de la sociedad vasca. Por primera vez, 10.000 personas salieron a la calle en San Sebastián el pasado sábado para denunciar la actuación criminal de ETA y de sus acólitos de la kale borroka y también la pasividad cómplice del nacionalismo democrático.
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