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Saltan chispas en Wembley Inglaterra y Argentina se miden hoy en un duelo de enorme calado histórico

En el fútbol las rivalidades provocan mucha más pasión a nivel de club que de selección. Barça-Madrid, River-Boca, Celtic-Rangers. Existen algunas excepciones a la regla. Honduras-El Salvador podría ser una de ellas. Argentina-Inglaterra, otra.En ambos casos ha habido guerras de por medio. Guerras de verdad. Pero si la rivalidad entre Argentina e Inglaterra despierta un mayor interés internacional es porque se trata, primero, de dos de las grandes naciones futbolísticas y, segundo, porque las tres veces que se han enfrentado en la Copa del Mundo han ocurrido incidentes que causaron revuelo en todo el mundo. En 1966, la expulsión del capitán argentino, Rattín, le entregó el partido (1-0) a los ingleses. En 1986, la mano de dios de Maradona le dio la victoria (2-1) a Argentina. En 1998, Beckham vio la carta roja y los argentinos resolvieron el empate con penaltis.

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No es ninguna casualidad que salten chispas cuando estas dos naciones juegan. Comparten una espesa tradición histórica. Del lado de los ingleses, se trata más bien de lo que ha ocurrido en el campo de juego. Del lado argentino, se agregan factores más complejos, que tienen que ver con el frágil orgullo nacional.

El partido que se jugó en Wembley en 1966 fijó en la mente inglesa la idea de que los argentinos representan la antítesis de aquel principio que tanto se valora, aunque no siempre se respeta, en las islas: el fair play. No sólo comenzó la selección argentina repartiendo patadas tan despiadadas que podrían haber acabado con las carreras de Bobby Charlton y el resto de los delanteros ingleses, sino que cuando el alemán Rudolf Kreitlein expulsó a Rattín, este se negó a abandonar el campo durante diez minutos. Después del partido, Alf Ramsey, el entrenador inglés, calificó a los argentinos como "animales" y desde entonces, cada vez que se han enfrentado las dos selecciones, la afición inglesa corea, "¡Animals! ¡animals!" El segundo gol que marcó Maradona contra Inglaterra en 1986 fue el más brillante que se ha visto en la historia del Mundial. El primero, el que marcó con la mano, sigue, aún hoy, obsesionando al público inglés, que lo ve como la quintaesencia de la injusticia y de la antideportividad. Curiosamente, la expulsión de Beckham en 1998 no fue interpretada como otro ejemplo más de la mala sangre argentina. Aunque quedó claro que su víctima, Diego Simeone, podría haberse llevado un Oscar por el dramatismo de su reacción, los ingleses se olvidaron inmediatamente del cinismo del argentino (que él mismo después admitió) y se volcaron contra su amado, pero también odiado, Spice Boy.

Ése es problema de los ingleses, que no tiene nada que ver con los argentinos. Pero lo que se puede afirmar con seguridad (bueno, casi con seguridad) es que si, digamos, el Burrito Ortega hubiera sido expulsado en idénticas circunstancias, y si Argentina hubiera perdido el partido, no hubieran faltado voluntarios para otra invasión a las Malvinas. O, como decían en Argentina en 1982, "recuperación". El trasfondo histórico de cualquier partido Argentina-Inglaterra es mucho más denso desde el punto de vista argentino porque (olvidémonos de Rattín y el 66) los argentinos llevan a cuestas dos siglos de indignación contra los ingleses. Por un lado, porque, como todos los niños argentinos aprenden en el colegio, los soldados ingleses invadieron Buenos Aires, sin éxito, en 1806 y 1807. Y después, como también les enseñan a todos los niños argentinos, los piratas tomaron las Malvinas.

Y hay otra cosa. Que los argentinos, con pocas excepciones, se sienten europeos, no latinoamericanos. La historia política y económica demuestra lo contrario pero el mito de que "somos grandes aunque el mundo no lo reconozca" sigue vigente. Como tambien el mito, algo superado por la realidad, de que entre los países europeos Inglaterra es el más poderoso. Tal vez porque la gente adinerada en Argentina copia las costumbres inglesas, o mejor dicho (siempre existe la confusión), las británicas: el té a las cinco de la tarde; el blazer azul en los hombres, la falda escocesa en las mujeres; el rugby, el polo y, sí, hasta el cricket. Los hijos de los ricos siempre han ido a colegios ingleses.

Y encima los ingleses ganaron la guerra de las Malvinas. Para suerte de los argentinos, porque si no, ¿quién sabe si Galtieri y Videla seguirían en el poder? Pero la memoria de la herida al sentimiento nacional vence a la lógica política y por eso, y por muchas cosas más, lograr la victoria hoy resulta de mayor importancia para el pueblo argentino que para el inglés.

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