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El espejismo verbal del MLNV

Enrique Gil Calvo

A pesar de la constante presión policial, que ha logrado reducir los efectivos etarras a niveles casi residuales, el autodeterminado MLNV sigue conservando una notable capacidad de maniobra, hasta el punto de que sus esperanzas secesionistas parecen ahora más factibles que nunca, dado que han convencido al nacionalismo autonomista para que reivindique el derecho de autodeterminación. ¿Cómo explicar su éxito estratégico, que con tan escasos recursos les permite mantener intactos sus objetivos máximos? Para entenderlo, puede ser conveniente renunciar a la etiqueta con que identificamos el problema para sustituirla por otra nueva, pasando a definirlo no en términos de nacionalismo, sino como una forma de movilización colectiva. A veces los árboles no dejan ver el bosque, como podría suceder con el espejismo de la invención nacionalista. Por eso parece útil clasificar al MLNV como una especie perteneciente al género "movimientos sociales", con independencia del tópico que identifique a su retórica movilizadora. Pues así como las naciones no se pueden ver ni tocar, sin embargo sobre los movimientos sociales (coaliciones de agentes colectivos que buscan alterar el statu quo político) lo sabemos casi todo, a partir de la investigación acumulada desde su revival iniciado en los años sesenta, cuando nació ETA a la vez que otros movimientos de liberación: fuesen militaristas y xenófobos, como el propio MLNV, o pacifistas, feministas y antirracistas, como tantos otros.En este sentido, ya existe una especialidad académica dedicada al estudio de los movimientos sociales, que dispone de su propio paradigma metodológico (véase la reciente compilación de McAdam, McCarthy y Zald, Movimientos sociales: perspectivas comparadas, Istmo, Madrid, 1999). El modelo analítico presenta tres dimensiones o ejes de coordenadas: 1) la estructura de oportunidades políticas; 2) las redes organizativas de movilización, y 3) la creación de marcos interpretativos. La magnitud oportunidad mide el grado de solidez o inestabilidad y cierre o apertura del sistema político, cuyas quiebras, fracturas o divisiones favorecen o facilitan los intentos por subvertirlo y modificarlo. La movilización activa redes formales e informales para ejercer presión institucional y contrainstitucional sobre el sistema político, buscando abrir brecha para provocar su cambio. Y los marcos interpretativos (concepto derivado del frame analysis de Erving Goffman) indican los recursos cognitivos y comunicativos que se esgrimen en la lucha retórica por cambiar la definición de la realidad, a fin de suscitar movilizaciones de protesta y abrir nuevas oportunidades políticas. Pues bien, apliquemos estas tres magnitudes al caso del MLNV.

Por lo que hace a la primera dimensión (la estructura de oportunidades políticas), parece evidente que el ciclo vital entero del MLNV, desde sus orígenes hasta hoy, ha dependido sobre todo de su capacidad para explotar las oportunidades de intervención que le brindaban las fisuras abiertas por los cambios del sistema político vasco-español. El inicio del MLNV sólo es explicable por la apertura del franquismo tardío, incapaz de mantener su cerrada rigidez. El posterior desarrollo del activismo abertzale corresponde a la volátil labilidad del sistema causada por la transición democrática, que abrió inéditas oportunidades de acceso a una gran diversidad de movimientos sociopolíticos. La madurez del movimiento, con descenso de atentados e incremento de la participación institucional, hay que relacionarla con la consolidación de la democracia, que fijó el sistema electoral congelando la estructura de la representación política. Y la tardía reactivación del MLNV, que parecía en decadencia tras la caída de Bidart, se debe a la conmoción experimentada por el sistema político español entre 1993 y 1996 (con la conspiración de denuncia de los escándalos socialistas y la posterior alternancia en el poder), creándose una fractura insalvable en la clase política española que reabrió nuevas oportunidades de intervención para el activismo abertzale. Como se sabe, el éxito de los revolucionarios siempre depende del grado de división de las élites de poder. Y eso mismo es lo que también ha sucedido ahora: la oferta de tregua logró abrir brecha hasta romper la mesa de Ajuria Enea, comprometiendo al PNV con el pacto de Lizarra. Y Aznar cayó en la trampa, pues la consiguiente división entre el PNV y el PP ha vuelto a abrirle al MLNV un filón de oportunidades políticas a explotar, creciéndose hasta el punto de atreverse a romper la tregua.

Pasemos al segundo parámetro, que es la movilización. En este punto no parece necesario insistir demasiado, pues resulta proverbial la habilidad abertzale para colonizar el riquísimo tejido social vasco, parasitando cuadrillas, sidrerías, vecindarios, parroquias, cofradías gastronómicas, clubes deportivos, cooperativas industriales y cualquier otra red asociativa que se les ponga a tiro. Pero dada su capacidad de infiltrarse en las instituciones, se produce una tensión potencial entre la movilización institucional (de LAB, HB, Elkarri o EH) y la contrainstitucional (atentados de ETA y kale borroka de Jarrai), contradicción que todavía no ha sabido ser bien explotada por los defensores del statu quo político. En todo caso, la invasión abertzale del tejido comunitario apenas encuentra resistencia, a causa de las dificultades de integración social y asimilación cultural que sufren las familias de origen inmigrante, amenazadas de exclusión. Sin embargo, el monopolio de la movilización por los abertzales podría estar llegando a su término, tras quebrarse a partir del punto de inflexión que supuso el espíritu de Ermua. Semejante acontecimiento significó un fermento catalizador, que ha potenciado extraordinariamente el desarrollo por toda Euskadi de un movimiento pacifista surgido mucho antes en torno al lazo azul (María Jesús Funes Robert, La salida del silencio: movilizaciones por la paz en Euskadi 1986-1998, Akal, Madrid, 1998). Y la gran frustración causada por la ruptura de la tregua podría potenciar todavía más la extensión de este movimiento ciudadano antiviolento, contribuyendo a exacerbar la tensión latente que existe dentro del MLNV entre activistas institucionales y contrainstitucionales.

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Queda la tercera magnitud cognitiva (los marcos de Goffman): la lucha retórica por redefinir la realidad política en sentido rupturista, actuando sobre la agenda informativa de los medios de comunicación. Se trata, en definitiva, de elevar la voz (dicho en el sentido de Hirschman) para provocar la salida de un statu quo que se denuncia como injusto e ilegítimo. Pues en condiciones de inferioridad, para vencer políticamente hay antes que convencer intelectualmente, persuadiendo a tibios y escépticos de que la necesidad histórica exige unos cambios que sólo a los más optimistas les parecerían realizables. Lo cual exige hacer creer ante todo que las cosas deben cambiar, después que pueden cambiar, y por último que van a cambiar, convirtiendo el programa rupturista en una profecía que se cumpla a sí misma. En este campo es donde el MLNV ha desplegado mayor habilidad retórica, jugando con las palabras con la destreza de un prestidigitador hasta convertir a los criminales en héroes, a los verdugos en víctimas y al chantaje terrorista en proceso de pacificación. Y la eficacia de esta guerra psicológica parece fuera de duda, a juzgar por el éxito obtenido convenciendo al PNV para que se sume a las filas secesionistas que reivindican la autodeterminación. Ahora bien, aquí podríamos hallarnos ante un espejismo verbal, pues, según revelan los últimos comicios, el electorado vasco no parece dejarse convencer por la mera palabrería.

Como señala William Gamson (en su texto de la compilación inicialmente citada), el virtuosismo retórico de los movimientos sociales les puede encerrar en un doble callejón sin salida. La primera paradoja es que para elevar la voz hay que designar intérpretes autorizados que resulten creíbles por su seriedad como portavoces ante la prensa y las instituciones. Pero, inexorablemente, tales portavoces entran en contradicción con los activistas contrainstitucionales: es el caso de Arnaldo Otegi, enfrentado al núcleo duro del MLNV. Y la segunda paradoja es que el exceso de optimismo voluntarista sólo conduce a la huida de la realidad, pues la línea que separa la esperanza de la obstinación es tan borrosa que el riesgo de cruzarla resulta suicida.

Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

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