Inmigrante
E. CERDÁN TATO
A la altura de tus años, sabes muy bien que astronómicamente el sol nunca ha salido ni se ha puesto, aunque un imperio encarnizado lo intentara a punta de lanza. A Galileo, casi se lo fumigan por decir que este planeta va dando tumbos por el universo, como tú por la vida, en busca de un salario. Claro que ya no estás para esas cosas y te limitas a denunciarlas con todo el sarcasmo de tu mirada, en un banco, de la avenida de los tilos. Ultimamente se te advierte encrespado, porque olfateas el regreso del racismo que engorda los odios de esa derecha de pedernal y ratería, que aún soportamos. Y hasta has visto la otra mitad de la multitud que vive en la cara expoliada del mundo, haciendo colas en las oficinas de inmigración; y conoces que además de una perentoria necesidad, los impulsa el derecho a compartir, por lo menos, el mismo punto en la evolución de la especie que los guardias, los funcionarios, y los financieros; y cómo de pronto, nigerianos, polacos, magrebíes y colombianos, en la confusión y el desprecio, han sido disueltos, sin contemplaciones. Alguien, muy cerca, exclamó, tapándose la nariz: qué invasión de miseria. Luego regresaste a tu banco, muy pálido y tenso.
Hace años ya pasaste lo tuyo. Entonces, como ahora, te zarandearon y te ultrajaron, como un género desdeñable. También llegabas del Sur, con tantos españoles sin recursos, y la gendarmería francesa o suiza se ensañó a sus anchas. Y mira por dónde, con las divisas que se cocían sobre vuestras espaldas y los pezones de las suecas, el régimen de la cachiporra hacía patria. Una patria que hoy prefiere ignorar vuestra memoria. Los hijos de quienes te empujaron al extranjero, son los mismos que ahora humillan a los que llegan del Sur, de este Sur. Pero tú sigues sin papeles, ni casa. Y es que siempre serás un inmigrante, hasta en tu propio banco; claro que, por otra parte, ellos nunca dejarán de ser una panda de señoritos que tratan de disipar el aliento fascista de su estirpe. Algo muy improbable. Que no se engañen.
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