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Espejo roto, nueva cocina

Hay coincidencias simbólicas. La celebración del vigésimo quinto aniversario de la creación de Convergència Socialista tuvo lugar casi en el mismo instante en que se proclamaba la Entesa Catalana de Progrés. Lo que va de ayer a hoy. Cuando el franquismo agonizaba, las diversas familias de la izquierda catalana se abrazaban con entusiasmo; el presente pacto de mínimos para el Senado, en cambio, parece a muchos aventurero y estrafalario. En los años del difícil parto democrático, no sólo la parentela socialista, frágil y dispersa, empezaba con gran euforia la excursión hacia la unidad. También el PSUC acogía los izquierdismos dispersos, y no digamos la Assemblea de Catalunya, punto de encuentro de las izquierdas, de diversas familias nacionalistas, de los focos de resistencia social y local. Cierto que las flebitis de Franco actuaban como indirecto e involuntario pegamento. Cierto: las circunstancias eran excepcionales y excepcional fue la respuesta. Raimon Obiols en la conmemoración de Convergència Socialista habló de "entusiasmo fundacional" para explicar la pasión unitaria de aquellos años. Un entusiasmo que explicaría no sólo la fusión socialista, superadora de enormes dificultades, sino también la gran confluencia de la Entesa dels Catalans (heredera del espíritu de la Assemblea de Catalunya). El entusiasmo fundacional animó, en los años de la transición, un consenso muy generalizado que se fundamentaba en dos ideas interdependientes: catalanismo básico y unidad civil.Este consenso ideológico y político (que Tarradellas, al final del proceso, lideró con su peculiar estilo personalista) se apagó con gran rapidez. Como fuego de rastrojos: brillante, pero fugaz. Dos factores explican el rápido apagón: por una parte, la dinámica de la política española (también fundacional), que arrastró completamente a los socialistas catalanes ya antes de 1982. Por otra, el sorprendente encumbramiento de Pujol, una personalidad política que no había participado del espíritu de concordia unitaria. Cambiemos la metáfora. No le llamemos fuego: llamémosle espejo. El espejo unitario de aquellos años reflejaba una realidad social y lingüística muy compleja. El espejo reflejaba, asimismo, la voluntad de resolver los delicados problemas de esta realidad sin arriesgar el valor principal: la integridad del espejo, el perímetro completo del marco. El espíritu de consenso y de equilibrio permitía discutirlo todo sin rehusar nada, avanzando a base de reconocimiento mutuo, de inteligente generosidad.

De golpe, el espejo de la complejidad catalana se rompió. Pujol, legítimamente, trazó su política y eliminó de la liturgia política, a grandes brochazos, importantes ingredientes de la complejidad catalana. Pujol, como sabemos, ha construido una imagen del país que concuerda con el sueño romántico. Un simbólismo identitario que permite una fuerte adhesión de una parte, significativa aunque minoritaria, de catalanes pero que, en su reverso, implica el desapego de otra significativa aunque minoritaria parte. Estas dos partes en general se ignoran, una vive al margen de la otra, en el átono terreno de la indiferencia. No sabemos, sin embargo, si siempre las condiciones económicas y sociales serán tan confortables, si no se convertirá alguna vez la indiferencia en tensión. La complejidad que tanto preocupaba en la transición no ha desaparecido: ha sido borrada del espejo.

Los socialistas también han borrado lo suyo. Con el borrador contrario. Han jugado demasiado al maniqueísmo, el juego favorito de Pujol. Llegó a parecer que el PSC había olvidado sus objetivos. Impotente en la política catalana. E impotente ante el ciclópeo objetivo de transformar España. ¿Cuántos años ha costado descongelar el proyecto federalista? Pueden aducir excusas. La más sólida, la principal, es que el PSC-PSOE es en sí mismo, y tal como en su proceso de fundación quedó evidente, un pequeño laboratorio de la complejidad social y cultural catalana. Esta peculiaridad les convirtió en virtuosos de la prudencia. Los gobiernos de Felipe, por otro lado, impusieron un ritmo difícilmente matizable. Otras excusas a tener presentes son el desplome del PSUC, que habría sido una espuela o un aliado notable, y el hecho de que ERC olvidara con harta frecuencia su alma laica y popularista. Por todas estas causas, el espejo catalán de la transición, con sus complejidades y complicidades, se rompió y todo el mundo empezó a politiquear. Unos con más gracia o fortuna que otros. Los socialistas se encerraron en el único espacio en el que podían hacer a su manera, sin molestar a sus socios españoles: política municipal. Por su parte, los pujolistas diseñaron pronto un escenario a su medida y han obligado durante 20 años a los demás a mostrarse, feos o guapos, en él.

Romper espejos es fácil. Reconstruirlos es tarea paciente, lenta, complicadísima. Esta Entesa para el Senado, aunque parezca, y en parte sea, tacticista y superficial, recupera la conciencia de la complejidad catalana. Frente al empate entre dos segmentos que se desprecian, frente al modelo vasco que (felizmente sin violencia) hemos estado forzados a admitir como ideal, frente al modelo étnico, vuelve la singularidad catalana: las extrañas parejas, las camas redondas. Es decir: el reconocimiento de unos y de otros, paso previo para poder crear un gran espacio central en el que hablar, ceder y tejer. Para evitar, en primer lugar, el peligroso cultivo de la antipatía, para superar la fase del borrador. No le veo otra salida al antipático empate de los últimos años más que la lenta recuperación del espejo de la complejidad. Van a reírse mucho unos cuantos. Regalémosles bromas: revoltijo, mejunje. Regalémosles una cita: "La novedad me exalta, lo viejo me enamora". Así termina un soneto de Foix pero ahí empezó, también, la nueva cocina catalana, la del Motel Empordà de Figueres, por ejemplo. Y puestos a redondear este papel con metáforas gastronómicas, celebremos el invento como si formara parte de las fórmulas del astro del Bulli (cito de referencia, porque sólo he tomado allí un aperitivo): mezclar sólido y líquido, frío y caliente, crudo y cocido. ¿Mezclar para qué? Para redescubrir de nuevo la textura y el sabor de la política.

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