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Giro político

Aún falta un tiempo para evaluar todas las consecuencias del acercamiento entre el PSOE e Izquierda Unida. Acaba de empezar y no se sabe cómo acabará. Con todo, el giro es de tal envergadura que ya pueden decirse bastantes cosas. La primera, y a mi juicio la más importante, es que comporta un cambio repentino y sustancial de la imagen del PSOE. La cúpula dirigida por Joaquín Almunia aparecía como una especie de felipismo con Felipe en la trastienda, la antítesis de la renovación que reclama buena parte de la opinión pública. A excepción tal vez de los catalanes que, gracias al tándem Maragall-Serra, han sido capaces de idear y llevar a la práctica nuevas propuestas, los socialistas aparecían en España como un partido escindido entre unas bases deseosas de pasar página, cambiando a los protagonistas, y un puñado de altos funcionarios de la política aferrados a sus puestos. Así las cosas, una victoria en las elecciones era bastante improbable -por la ley del mantenimiento de los privilegios que, ante la disyuntiva entre verse apartados para propiciar la renovación o mantenerse a toda costa, aun a riesgo de perder las elecciones, empuja a los hombres fuertes del partido a conjurarse para no salir del inmovilismo, ya que a todas luces es para ellos la mejor opción, aunque sea la peor para el colectivo que dirigen-. La oferta de pacto a IU da un súbito giro al panorama. Serán los mismos, que lo son, pero en vez de arrastrarse se levantan y echan a andar. Por si fuera poco, se atreven a emprender una dura cuesta. El PSOE rompe así un mito fabricado por González e inaugura escenario. Puede que dure dos días, puede, pero es muy probable que de aquí al 13 de marzo dicho pacto se convierta en el tema estrella del proceso electoral. Y ya se sabe que tener la iniciativa política no es sinónimo de victoria, pero casi.Por parte de IU, el retiro forzoso de Julio Anguita ha desvelado una forma menos bronca de presencia de IU. Supongamos que el discurso y la mano de hierro de Anguita agradaran a una gran mayoría de sus bases y electores -por lo menos los que le quedaban-. Tal cosa no comportaría que estuvieran contentos por su exclusión de las posiciones en las que un discurso político tiene posibilidades de ser operativo. Los de IU siguen condenados al ostracismo mientras sus homólogos en Francia e Italia tienen experiencia de lo que significa compartir el poder y actuar desde él. Claro está que al precio de renunciar a maximalismos como la OTAN o la Europa del euro. Por poco que Francisco Frutos avance en la construcción de una casa común con los socialistas, aunque sea virtual, es de esperar que la tendencia sea poco menos que irreversible. Excluido el propio Anguita, que hará lo posible por reventar acuerdos, a nadie le gusta estar en política sin pintar nada. Ha terminado la época en la que Felipe González excluía a IU de principio. Con ella acabó también el tiempo en el que el gran trabajo de IU era contribuir a acabar con el felipismo. Situados en esta nueva tesitura, los de IU tienen mucho que ganar si llegan a acuerdos, por parciales que sean, y mucho más que perder si, una vez emprendida la dinámica, se echan atrás y vuelven a encastillarse en las posiciones anteriores. A nadie se le escapa que no va a ser nada fácil llegar a buen puerto. Las culturas políticas no se cambian en dos días. Izquierda Unida no se ha enterado de que existe una asignatura llamada pragmatismo. El PP reacciona, como es natural, intentando expulsar a Almunia del centro, por lo que el PSOE está obligado a no escorarse más que ligeramente a la izquierda. Pero no hay duda de que el viaje conviene tanto al PSOE como a IU.

¿Cómo va a afectar la nueva dinámica en Cataluña? De entrada, el perjudicado no es otro que el nacionalismo en su versión pujolista. Los planteamientos de Xavier Trias partían de la axiomática exclusión de IU, por lo que su oferta de equidistancia, con inclinación a quien ofrezca más autogobierno y mejor financiación, ha quedado automáticamente en entredicho. Por poco que prosperen las expectativas del pacto de izquierdas, CiU se va a encontrar con el PP como socio preferente, cuando no exclusivo. La alternativa sería convertirse en formación segundona, la torna del pacto de una casa común en la que no iba a sentirse precisamente cómoda. La primera reacción de Pujol consistió en burlarse y minimizar. Sin embargo, cualquier analista le aconsejaría ir un poco más allá y modificar su oferta de modo que quepa en ella la posibilidad de no ser el árbitro perpetuo de la política española. En efecto, puede pasar de ahí a perder la estabilidad de su sillón. Si gobernaran las izquierdas más o menos reunidas y Almunia no necesitara a Minoría Catalana para contar con mayoría en el Congreso, ¿a cambio de qué iba el PP a garantizar el apoyo a CiU? A cambio de convertir a Pujol en prisionero de Fernández Díaz, al PP catalán en un comparsa gratuito del nacionalismo. Se mire por donde se mire, lo único positivo para CiU sería que Almunia pusiera fin cuanto antes a su giro político.

Bastante más listo que Pujol ha sido esta vez Carod Rovira. Como el líder de ERC sí quiere hacer política, y no sólo en Cataluña, se ha aprestado a expresar predisposición para sumarse al carro. Si le he entendido bien, su mensaje consiste en intentar desplazar a CiU como defensora exclusiva de los intereses del nacionalismo, al socaire de los nuevos aires del PSC. "Que Pujol y Trias se encarguen de convencer al PP, aunque ya hemos visto lo que da de sí, y nosotros nos vamos a ocupar de convencer a la izquierda; nuestra fuerza es menor, pero la izquierda es menos intransigente que la derecha", reza el subtexto de su mensaje. Para ERC es la más inteligente de las posiciones posibles en el nuevo cuadro.

Para el PSC, miel sobre hojuelas. Borrell no se podrá quejar. Maragall es de la línea Blair, anti-Jospin pues, pero lo que podría incomodarle en una inclinación del socialismo español a la izquierda le viene compensado de sobras por una mayor asunción de la iniciativa política en Cataluña, contando además con el incremento de las posibilidades de imponer cotas de federalismo. Sabido es que IU es bastante más sinceramente federalista que el PSOE. ¿Y Serra? Narcís es tan hábil navegante que cualquier viento sopla a su favor.

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