Izquierda
No se sabe qué puede salir de los movimientos a favor de un acuerdo programático de gobierno entre los socialistas e Izquierda Unida, pero de momento es toda una novedad que ayer se reunieran Frutos y Almunia con propuestas concretas sobre la mesa. Tal vez ahora no sea posible el acuerdo general, pero puede haberlo para las listas al Senado, por ejemplo; y, en todo caso, este deshielo era necesario para normalizar unas relaciones absurdamente distantes entre dos fuerzas de izquierda cuando gobierna la derecha y la experiencia demuestra que hay un campo amplio de coincidencia en la política de cada día. Las dificultades para el acuerdo son en todo caso enormes, y obedecen a causas objetivas. La primera de todas, la premura de tiempo con que la propuesta ha sido puesta sobre la mesa por Almunia.En su respuesta por escrito, Francisco Frutos viene a decir que acepta el envite y ofrece garantías de discutir la oferta programática seriamente; pero excluye la contrapartida planteada por Almunia: retirada de las listas de las circunscripciones en las que las posibilidades de que salga un diputado de IU sean prácticamente nulas. Pero es evidente que al PSOE no le interesa un debate programático que le comprometa -y pueda ser empleado el día de mañana en su contra- si no es a cambio de esa retirada de candidaturas que optimice los resultados conjuntos de la izquierda. A su vez, es comprensible que IU se resista a embarcarse en una operación que le plantee problemas internos, reste credibilidad a su imagen como partido de ámbito nacional -tercera fuerza parlamentaria- e incluso le impida contar con grupo parlamentario propio (por no alcanzar el 5% de los votos emitidos en el conjunto nacional) o con derecho a participar en el futuro en debates electorales en los medios públicos. En su carta, Frutos advierte de que un planteamiento que aparezca como un trágala puede tener efectos contraproducentes, porque habría resistencias de muchos electores de IU a trasladar sin más su voto al PSOE. Por eso propone buscar otras formas de "colaboración electoral" distintas a la simple retirada de listas.
No es fácil, porque aquí no hay, como en Francia, una segunda vuelta que permita conjugar el criterio de medir las propias fuerzas y disponer de una primera ocasión de difundir los mensajes en todas las circunscripciones con el de una segunda oportunidad que concentre el voto hacia la fuerza mejor situada dentro del propio campo ideológico. De ahí la oferta global de Joaquín Almunia. Sólo si hay desistimiento de entrada a favor de las listas socialistas se puede verificar ese segundo criterio. Pero tal vez puedan encontrarse fórmulas de mantenimiento de candidatura y retirada en el último momento en al menos algunas de las nueve o diez provincias en que de verdad hay posibilidades de traducir la operación en escaños. Seguramente la oferta de Almunia habría tenido otros efectos si se hubiera presentado con más tiempo. Ahora se corre contrarreloj, pero la evidente movilización que el mero anuncio de la hipótesis ha producido en sus votantes debe invitar a los responsables de ambos partidos a no limitarse a constatar esa dificultad.
Un dato a retener es que, siempre que se han hecho encuestas sobre eventuales alianzas poselectorales, tanto los votantes del PSOE como los de IU se han pronunciado muy mayoritariamente por un acuerdo entre ambas fuerzas con preferencia a cualquier otra combinación. Esa perspectiva de pacto tras las elecciones, como en las municipales, sigue abierta; el problema es que resulta difícil una mayoría PSOE-IU en escaños sin un acuerdo previo de esos partidos como el propuesto por Almunia.
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