Perdida entre las estrellas
Para Izquierda Unida la legislatura que expira no ha sido precisamente un camino de rosas. Y no sólo porque la empezara noqueada por la sangría de siete escaños, porque las disputas cainitas fueran permanentes o porque la crisis en el ámbito nacional añadiera un tenebroso decorado a los problemas propios. En su proyección exterior, el intenso partido de tenis que PSOE y PP han jugado en terreno andaluz ha fagocitado los esfuerzos de IU en estos cuatro años por dejarse ver, hasta el extremo de que es posible contar con los dedos de una mano las ocasiones en las que la federación ha conseguido hacer llegar sus propuestas o sacar a flote un discurso sin que se viera mediatizada por los dos colosos, las estrellas de la política autonómica.IU ha arrastrado los errores de la etapa de la pinza como un galeote su cadena. La parte más ligera de su penitencia es la que ha transcendido: la eterna catarsis interna por el mal negocio electoral (86.300 votos menos) que resultó aparecer una y otra vez del brazo del PP de Javier Arenas. Sin embargo, el padecimiento verdadero vino de la otra vertiente de la herencia de aquella desafortunada estrategia, cual es el magnífico argumento de ataque que regaló a los socialistas para la posteridad. El PSOE ha sabido jugar con habilidad esta baza y desbaratar los desmarques o iniciativas adversas de IU. Cualquier discrepancia en financiación autonómica, pensiones o contramedicamentazo, por ejemplo, era inmediatamente bautizada como reedición de la pinza. Las protestas de los dirigentes izquierdistas por esto apenas se han escuchado.
En el otro lado de la pista, los populares, que también han apostado por un bipartidismo que les permite ejercer de líderes de la oposición, han practicado similar táctica cuando IU ha querido sacar la cabeza, aunque estigmatizándola con un sambenito diferente: el de muleta de los socialistas. En este escenario de fuego cruzado, IU ha tenido enormes dificultades para encontrar su lugar político y distinguirse.
El saldo más satisfactorio del balance de la legislatura de Izquierda Unida es la originalidad y capacidad de inventar banderas. El trabajo parlamentario ha sido abundante, con un bache en la campaña de las municipales (medio grupo optaba a alcaldías), sin llegar a apabullar con aluviones de iniciativas al bulto. Pero una vez más, ya sea por fallo propio o por la astucia del contrario, Izquierda Unida no ha logrado vender sus ideas y transmitir que la maternidad de cuestiones que han sido eje de las disputas de PSOE y PP pertenece a sus filas. Este es el caso de la deuda histórica, la semana laboral de las 35 horas, el desarrollo sostenible, la ecotasa, el salario social, la defensa del olivar o la primicia de los programas para luchar contra el maltrato creciente de las mujeres.
Los dirigentes y parlamentarios reconocen su parte de culpa y asumen como un "drama" la facilidad con la que se dejan arrebatar las banderas, aunque no aciertan a diseñar una fórmula eficaz para evitarlo.
Las convulsiones internas y el rápido descenso electoral no han propiciado la serenidad y el ánimo suficiente para que la federación haya podido dedicarse de lleno a resolver entuertos como el antes mencionado. Tras la caída de 20 a 13 escaños, el candidato y coordinador regional, Luis Carlos Rejón, se vio abocado a dimitir, espoleado por una suerte de conjura que pretendía el adelanto de la asamblea trianual andaluza para buscar un relevo. Rejón se fue antes de que tuvieran ocasión de echarle y le sustituyó el malagueño Antonio Romero. La asamblea que eligió a este último fue un entramado de escaramuzas, cuyo protagonismo, contra pronóstico, no lo acaparó el fracaso electoral sino el principio de la salida de la federación de Nueva Izquierda, Los Verdes y el CAI. El plante de estas corrientes forzó a que el PCA y la CUT de Juan Manuel Sánchez Gordillo cerraran filas en torno a Romero, que concitó el 67% de los votos, pese a no aglutinar a los dirigentes más significativos, autodenominados coroneles.
Entre tanto, la autopsia de la derrota se realizó cuando el cadáver estaba ya en fase de descomposición. Y el informe forense, necesario para remontar el batacazo, se confundió con la transición de liderazgo y casi con las municipales, en las que IU bajó otra vez varios puntos de su barómetro electoral: 200.000 votos perdidos. Sin embargo, no arrastró la dimisión del coordinador (Rejón dejó el cargo con un varapalo mucho menor) por la cercanía de las autonómicas, previstas para el 12 de marzo próximo. Una vez más a Izquierda Unida se le amontonaron los acontecimientos, sin apenas margen para analizar y digerir lo que le estaba pasando. El pacto municipal con el PSOE molestó a la única fuerza con peso que permanece en IU, la CUT, que aprovechó en la XII asamblea de noviembre pasado el descontento de parte del PCA con el acuerdo para doblar su representación en los órganos de dirección.
Romero volvió a ganar, aunque con un discreto 62,7%, toda vez que sus adversarios renunciaron desde un principio a presentar alternativa y prefirieron esperar al día después de los comicios andaluces para plantear un cambio de rumbo. Ya hay quien piensa en una asamblea extraordinaria para el verano en la que pedir cuentas y emprender, sin elecciones a la vista, una profunda renovación.
En el Parlamento, Concha Caballero fue nombrada portavoz tras la marcha, en el verano, de Luis Carlos Rejón para desempeñar tareas federales -es coordinador de la campaña de las generales- y presentar candidatura al Congreso por Córdoba. A la nueva portavoz tampoco le ha dado tiempo de dejar huella y apuntar el compás con el que quiere ahora ilusionar IU.
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