Política
VICENT FRANCH
Acabábamos de despedir a Enric Valor en las puertas de La Nau. A la emoción del ritual necrológico le sucedió, como justo colofón, el interrogante político ante el futuro de nuestro nacionalismo progresista. Hicimos corros, hablamos de qué hacer ante la inminente cita electoral. Hubo recriminaciones. Y algunas malas caras. Y también innecesarias conminaciones de gente que ahora se separa del PSOE aprisa y corriendo al frente de una cofradía que va directa al desembarco en el puente de mando de la modesta y frágil barca política del nacionalismo, poco político pero honradamente al pie del cañón. Quizá hubo también inmoderados y peligrosos triunfalismos avant-la-lettre que nada puede justificar. Y, entre todos estos datos y palabras, una suave indicación de mi viejo amigo, y respetado colega, Ramon Lapiedra, de que en mis homilías periodísticas apueste valientemente por lo que honestamente creo que le conviene al nacionalismo político en estos tiempos de inocultable confusión en el discurso y práctica del conjunto de la izquierda valenciana.
Es la hora inexorable de la política. Ya no valen ensayos o aislamientos puristas, y debe salirse del miedo escénico tradicional con la convicción no de que puede mejorarse ahora con respecto a otras citas electorales, sino de que se participa a pleno rendimiento en la creación de las condiciones que permitan lo que no puede dejar de ser un objetivo político, la hegemonía, y con ella, la capacidad de gobernar con un programa nacional que supere el fracaso de unos y el festival de los otros. Lo demás, es lo de siempre, Ramon. Y estoy hablando de eso desde los primeros años ochenta, con escaso éxito, como ves.
Por eso apunté y repito ahora que el nacionalismo democrático y progresista no solamente debe felicitarse de estar hoy por fin en el disparadero, en la expectativa de una mejor suerte política, sino que ha de perseguir, sin ningún tipo de pudor pusilánime forjar las pertinentes alianzas para estar en el parlamento español el próximo 12 de marzo. Y creo, honestamente, que en solitario, con las modestas sumas de verdes y canvistes no es, no será suficiente, y que le conviene la alianza estratégica con otra izquierda también amenazada por los discursos reduccionistas del bipartidismo. No basta con presentar una tímida propuesta de apoyos mutuos para el Senado, porque resulta inútilmente moralizante, y lamentablemente timorata ante lo que está en juego para unos y para otros.
Obtener senadores está carísimo, sólo al alcance de quienes puedan reunir para sus candidatos en torno a un millón de votos en el conjunto del País Valenciano. Y los electores no harán con su voto la Entesa, como inefablemente se pretende. Ganar diputados, por el contrario, es relativamente más sencillo. No comparto la ingenuidad de Pere Mayor, y me parece suicida perder el tiempo con florituras semánticas cuando de lo que se trata es de defenderse a la vez de un sistema electoral que lamina a las minorías y de la polarización electoral que nos espera. Para hacerse oír algo nuevo en este negocio necesita, seamos realistas, hasta la módica cantidad de 500 millones de inversión, que nadie prestará, en candidatos que, además, no tienen perfil ni gancho multiplicador más allá de los círculos politizados que se mueven en las imprecisas y poco osmóticas fronteras que unen/separan al BNV con EU y el PSOE. Sumar fuerzas contables, por el contrario, es hacer política. Y luego, ya se verá. Allá ellos, Ramon.
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