Inflación anticipada
La ausencia de sorpresas en un determinado indicador económico suele actuar como paliativo del impacto del mismo. En mayor medida si ese impacto se mide por las reacciones de los sensibles mercados financieros y la naturaleza del indicador queda diluida en un promedio de la zona con la que se comparte moneda y política monetaria. Que la reacción sea esperada no quiere decir, sin embargo, que carezca de significación. Es el caso de la tasa de inflación española, medida por el Índice Precios al Consumo (IPC).Tan familiarizados con un registro relativamente elevado como escépticos acerca de las posibilidades de adopción de decisiones eficaces de reforma por parte de las autoridades económicas, los analistas habían anticipado mayoritariamente el repunte en el IPC de diciembre que acabamos de conocer. Concluimos el año con una tasa de inflación, 2,9%, que duplica ampliamente a la registrada al término de 1998, cuando el ritmo de crecimiento de la economía era algo superior al actual. Y siendo cierto que el incremento en el precio del petróleo durante los diez últimos meses ha contribuido a ese repunte, no lo es menos que excluidos los precios de la energía y los de los alimentos sin elaborar, la tasa más representativa de inflación subyacente despide el año en niveles muy elevados: el 2,4% español hay que contrastarlo con el correspondiente al de la zona euro, y más concretamente con las dos economías con las que mantenemos la mayor parte de nuestros intercambios, Francia y Alemania, ambas con un envidiable 0,7%.
La inquietud que el valor de ese indicador genera está asociada igualmente a la dificultad para anticipar una significativa corrección en su ritmo de crecimiento en los próximos meses. De entrada, los perceptores de rentas con capacidad de negociación van a ser un poco menos confiados en las posibilidades de reducción significativa a corto plazo de ese desequilibrio y tratarán de conseguir incrementos que no mermen la capacidad adquisitiva de aquellas. En ausencia de avances en la productividad, cuanto mayor sea la extensión de esa pretensión mayores serán las dificultades para que ese índice de variación de los precios reduzca su ritmo de crecimiento. Si éste sigue siendo superior al de las economías con las que mantenemos un mayor volumen de comercio, las posibilidades de reducir nuestro abultado déficit comercial, dos veces el registrado durante el pasado año, serán también menores. A dos meses de las elecciones generales cabe confiar más en que sean las economías vecinas las que registren repuntes adicionales en sus precios que en que nuestras autoridades hagan lo que está en sus manos por reducir el lastre con el que abordamos el nuevo año.
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