Dudas espectrales Andrés García Reche
Tremendos inicios estos del 2000. Helmut Kohl, nuestro Kohl, el de la reunificación alemana y la unidad europea, procesado por financiación ilegal de su partido; Chirac, el alcalde más refinado que ha tenido París, en la sala de espera hasta que abandone la presidencia, por lo mismo. Yeltsin, que se fue tambaleante, con las uvas, y Putin empantanado en Chechenia. Pinochet, que se vuelve a Santiago aquejado de un leve dolor en la espalda que le impide sentarse en el banquillo. Aznar, nuestro Aznar, que nos recuerda, de nuevo, en Melilla, que España va bien, ante las protestas de Mustafá Aberchán; y Zaplana, su profeta (el de Aznar) que dice que la crisis de la oposición es efecto directo de lo bien que lo hace el PP (dice el PP, pero en realidad quiere decir, Él). Joaquín Almunia que pide un debate en la tele para "dirigirse a millones de electores", sin saber, el muy ingenuo, que un debate Aznar-Almunia en la tele puede tener menos audiencia que Sánchez Dragó en Canal Nou. Y otro Joaquín (Sabina) que dice en Canal Plus que los políticos de ahora eran los más tontos de su clase. A todo esto, la esposa de Blair (el amigo de Aznar) se cuela en el metro de Londres sin pagar. Y, en medio del cataclismo, el Papa que se niega a dimitir, arguyendo, muy oportunamente, que a él sólo le puede cesar quien le nombró. Y ya saben quién le nombró. Este Wojtyla, desde luego, de tonto no tiene ni un pelo.No es extraño, ante tamaña confusión, que uno acabe por no estar muy seguro si está situado, políticamente hablando, más o menos a la derecha, o más o menos a la izquierda. Y lo que es peor, a veces ni siquiera se sabe muy bien respecto de qué, lo que es todavía más surrealista, si cabe. Porque, además, siempre hay espíritus caritativos que se empeñan en recordarle a uno lo dudoso de su posición (observen que siempre es la tuya la dudosa, no la de ellos).
Por eso comprendo perfectamente que algunos de mis antiguos colegas de partido me recriminen amablemente, no sin antes realizar una enternecedora loa de mis artículos, que en estos suelo dar mucha más caña a los dirigentes del PSOE que a la derecha y que, aunque en ocasiones lleve razón, dicen, hago un flaco favor a la izquierda, confundiendo al personal y propiciando que vuelva a ganar la derecha, lo que es, según aseguran, la peor de las alternativas. O sea, me vienen a sugerir, concentrémonos en lo importante: ganar las elecciones, y dejemos para después la reflexión sobre el significado del socialismo que queremos y todas esas zarandajas.
No les reprocho nada, qué les voy a reprochar si yo soy, ante todo, un demócrata (ni a fuer de socialista, ni a fuer de liberal; nada, un demócrata, lisa y llanamente). Además estoy seguro que la hacen (la crítica) con toda la buena intención de que son capaces, aunque ésta sea ciertamente exigua, acostumbrados como están, unos, a seguir consignas, otros, a hacer colas interminables para obtener un puesto en las listas, que todo hay que decirlo; pero me da la impresión de que andan un poco desorientados en esto, porque creo (aunque ya no estoy seguro de nada) que la mayoría de los potenciales votantes del PSOE intuyen que sólo se vencerá a la derecha si se logra revitalizar la deteriorada imagen de un partido que debería ser mucho más abierto y democrático de lo que es, si además se exigen comportamientos ejemplares a sus dirigentes, y si se deshecha, de una vez por todas, esa excesiva proclividad a conformar familias de intereses, reparto de cargos y demás corruptelas del tipo: te pongo a ti aquí para que luego tú me apoyes a mí allí.
Y creía, hasta ahora, que esto puede ser mucho más relevante para el futuro del socialismo, y de la sociedad en su conjunto, que denunciar a la derecha, a nuestra derecha, porque le importa un bledo la educación, la sanidad, y todo aquello que huela a bien público, o que utiliza el poder en su personal beneficio, o que manipula descaradamente la televisión, o que centrifuga descaradamente la deuda hacia las empresas públicas para pagar lo que no se puede (CACSA), o que reparte pingües negocios urbanísticos (Terra Mítica) y automovilísticos (ITV) entre sus amigos.
Esto, además de no representar novedad alguna (¿no es esto lo que se suele esperar de la derecha?), ni siquiera me correspondería decirlo a mí, sino más bien a ellos que son los que deben ejercer la función controladora del gobierno; que para eso les pagan. Además, a estas alturas, no creo que estos muchachos del PP engañen ya a nadie.
No, en mi modesta opinión, los que engañan al personal, y a sí mismos, aunque ellos todavía no lo sepan, son esos ideólogos del socialismo que opinan que lo importante no es la ejemplaridad de los comportamientos ni la calidad intrínseca del instrumento partidario, sino el proyecto (con mayúsculas); los que arguyen que las batallas tribales y de intereses, los golpes de mano, son todos legítimos si, al final, ello se hace por una noble causa y se concreta en programas progresistas para la mayoría de la población. Eso es lo que pienso.
En todo caso, ya he dicho que es una opinión modesta; puedo estar equivocado en esto, como en tantas otras cosas, y mis críticos, no; pero qué quieren que les diga, con lo que está cayendo por esos mundos de Dios comprenderán que conocer mi posición exacta en el espectro político, o que el PP gane, por mi culpa, las elecciones en España, no son precisamente las cuestiones que más me inquietan en estos momentos. Lo lamento, pero así es. Y, desde luego, si tuviera que resumir en una frase mi actual estado de ánimo en estos asuntos de partido (y en algunos otros que no voy a explicitar aquí), simplemente reproduciría la que hoy, por puñetera casualidad, aparece en mi calendario de mesa, debajo de la fecha: Es mejor tener un final horrible que tener horrores sin final. Mayor exactitud en la descripción del estado de cosas hubiera resultado prácticamente imposible.
Andrés García Reche es profesor titular de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia.
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