El "rey" Weah aterriza en Londres
Desde el verano de 1995 hasta diciembre de 1996 George Weah vivió tiempos frenéticos, los momentos más importantes de una vida que esta semana, con su fichaje por el Chelsea, le preparó nuevas sorpresas. Entonces, hace cuatro años, Weah (nacido en Monrovia, capital de Liberia, en 1966) se encontró con la misión de reemplazar la estela dejada por Marco Van Basten en el Milan; tan bien lo hizo que fue el primer jugador no europeo en ganar el Balón de Oro, y la FIFA le coronó como el mejor jugador del mundo. Pero otras cosas atormentaban en ese momento a la nueva sensación del fútbol italiano, un ariete de zancada maciza y disparo metálico: su país vivía una de las guerras civiles más cruentas del continente, y unas declaraciones suyas, pidiendo la intervención de la ONU, enfadaron a los rebeldes en el poder, que incendiaron su mansión de Monrovia, violaron a dos de sus primas y saquearon sus pertenencias. Weah ocupaba, en 1996, todas las portadas.Su estrella, sin embargo, fue decayendo. La edad y los nuevos fichajes fueron quitándole minutos de juego, hasta el mínimo posible esta temporada, en la que el entrenador Alberto Zaccheroni prácticamente no ha contado con él. En una operación fulminante, el martes pasado se concretó su traspaso al Chelsea, y el miércoles debutó con el equipo en Liga. Fue en un derby londinense, frente al Tottenham Hotspurs, y Weah marcó el único gol del partido en el minuto 88. "Aclamen al Rey George", "Weah fantástico", titulaba ayer la prensa inglesa.
En Londres todos están fascinados con Weah: su entrenador, Gianluca Vialli -"¡Es tan buen jugador!"-, el presidente del club y el propio Weah, que se despachó con un regalito de despedida: "El Milan arruinó mi vida. Incluso me sugirieron que dejara el fútbol", dijo.
Surgido de un país del que él mismo ha dicho que "lo más importante es luchar por la supervivencia", Weah se puso zapatos por primera vez el día de su debut como futbolista. Llegó a Europa de la mano de Arsene Wenger, hoy entrenador del Arsenal, que lo llevó al Mónaco. Allí se consolidó como goleador, y jugó tres temporadas en el Paris Saint Germain, donde su explosión fue total, y a donde fue a buscarlo Silvio Berlusconi.
La asignatura pendiente de Weah es -como la de otros grandes jugadores, caso del finés Jari Litmanen- jugar un Mundial. Su pequeño país poco ha aportado a la historia del fútbol, y eso que ha tenido en Weah no sólo un goleador implacable, sino también a su mecenas, que pagó con su dinero los gastos de todos sus compañeros durante las eliminatorias de la Copa de África.
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