La inestabilidad en la cúpula

La inestabilidad reside en Telefónica prácticamente desde la llegada de Juan Villalonga a su presidencia. Su desembarco durante el verano de 1996 fue seguido de la marcha de algunos directivos a la competencia o a gabinetes de asesoría. Villalonga prefirió rodearse de amigos, aunque inexpertos en telecomunicaciones. Tres años y medio después, muchos de esos fieles también le han abandonado. El primero en marcharse fue el financiero Marcial Portela, por discrepancias sobre la autonomía que debía tener Telefónica Internacional. El último ha sido Javier Revuelta, abogado del Estado, a quien Villalonga había encargado dirigir la entrada en medios de comunicación. Precisamente, Portela y Revuelta fueron los artífices del pacto de la servilleta que contenía las claves para el acuerdo con MCI (antes de que ésta se fusionase con Worldcom) y que nunca llegó a cristalizar.

La marcha de Revuelta, que fue también secretario del consejo y consejero delegado, se produjo poco después de la de su amigo Pedro Pérez, el hombre que durante un tiempo controló las relaciones públicas de Villalonga. Antes se había ido otro peso pesado, Fernando Abril-Martorell, como responsable de las finanzas del grupo. Y se hacen apuestas por saber cuándo Andrés Tejero -encargado de las compras, de la administración de los recursos de Telefónica y de las polémicas opciones sobre acciones- dejará la empresa para centrarse en Onix, un fondo de capital riesgo que Telefónica creó en 1999 y cuya actividad se desconoce aún.

Villalonga también se ha despegado de Juan Perea, que fue responsable de estrategia y de Telefónica Internacional. La separación con Perea tiene que ver con los privilegios concedidos a Martín Velasco, consejero de Telefónica y amigo de Villalonga desde los tiempos de McKinsey, en la colocación de Terra.