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En primera línea del frente de Grozni

Soldados rusos y guerrilleros chechenos combaten casa por casa en la devastada capital de Chechenia

ENVIADO ESPECIALEl ruido es infernal. Carros de combate que disparan; ametralladoras pesadas que escupen su fuego exterminador; morteros que lanzan sus granadas. Estamos en la línea del frente, en el barrio de Stáraya Sunzha. A la posición de avanzadilla nos han llevado los milicianos chechenos prorrusos, que aquí combaten junto a las tropas del Ministerio del Interior enviadas por Moscú. De pronto llega corriendo un miliciano e interroga gritando: "¿Qué han filmado? Informé al coronel y ha ordenado que los lleve a su cuartel general".

Seguimos al miliciano. En la esquina de la calle de Gagarin nos advierten: "Pasen rápido. Corriendo. Hay francotiradores". El primer grupo echa a correr, después el segundo; no habíamos terminado de cruzar cuando oímos un disparo, dos, tres. Cuando después pregunté de qué lado disparaban, de éste o del otro, un soldado me respondió: "Del otro. No en vano les advertimos del peligro".

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El coronel Yevgueni Kukarin ha instalado su cuartel general en una casa a medio construir. "Lo siento, pero debo retenerlos e informar a mis superiores de que están aquí", nos dice, al tiempo que nos invita a sentarnos y nos ofrece té y la sencilla comida del soldado. Aceptamos.

Inclinado sobre la mesa, Kukarin, comandante del grupo Vostok (Este), muestra un punto en el mapa de Grozni a su colega, el coronel Nikolái Záitsev. En eso una voz informa por radio: "Depósitos de artillería en edificio junto a víbora". Kukarin toma la radio y responde: "Dales un poco de artillería. Mira el resultado y si es necesario repite". Cuando termina esta corta conversación, otra voz informa de que a lo largo del río están avanzando una veintena de hombres, a juzgar por todo, enemigos. "No disparen contra la margen izquierda. Déjenlos pasar, aquí les daremos la bienvenida". La trampa da resultado, según se desprende del informe posterior. Mientras conversamos y escuchamos las órdenes que el coronel da por radio, periódicamente suenan bombazos e instintivamente agachamos la cabeza. Kukarin mueve la cabeza sonriendo y pregunta: "¿Pero qué están haciendo aquí?"

Sus carros de combate y artillería pesada tienen como blanco el microdistrito cuatro de Grozni, controlado, como la mayor parte de la ciudad, por los independentistas. "Está lleno de mercenarios: turcos, árabes, polacos; hay de todo", dice. En ese momento traen a un prisionero, y lo ponen en una habitación contra la pared, manos en alto, pies separados. El coronel Záitsev se levanta a examinarlo: primero las manos, y luego le pide que el hombro derecho para comprobar si allí están las típicas huellas que deja el recular del arma. Si las tiene, habrá descubierto a otro guerrillero que pensaba diluirse entre la población.

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Uno de las cosas más impactantes es ver cómo coexiste la máquina bélica en acción con la gente. Porque en Stáraya Sunzha, al lado de los carros de combate y los morteros, viven sus habitantes de siempre. De la casa del frente del cuartel de Kukarin, que yo creía vacía, de pronto salen dos mujeres. Otra viene caminando calle abajo, hacia nosotros. Han visto a periodistas y quieren contarles sus tragedias.

"Llegaron las tropas, pusieron el blindado en la Gagarin y desde allí dispara. Así perdí mi casa, está destruida", dice Malika Gasíyeva, de 53 años. "Rusia tiene la culpa de esta guerra, porque le dejaron armas a Dudáyev cuando se retiraron. Y ahora es el pueblo el que sufre. ¿Acaso nosotros somos terroristas, acaso se puede luchar así contra los terroristas? Porque las bombas no los matan a ellos, sino a la gente", nos dice la mujer, que, interrumpida por un miliciano, sigue discutiendo con él, ya en checheno.

Mazra Atavíyeva, una inválida de 64 años, se acerca a los soldados a pedir comida. Vivía en el microdistrito seis de Grozni, pero se quedó en la calle y sin medios de subsistencia. "Los terroristas me echaron de casa, me la quitaron, y ahora no tengo ni siquiera para comer", nos explica.

Llega una noticia urgente: los guerrilleros han hecho explotar un depósito de cloro y amoniaco, y se ha formado una nube tóxica que se encuentra a 500 metros de altura. Kukarin reacciona de inmediato: "Informen de la dirección del viento y de su velocidad. Decretar alarma química". Al poco rato, todos pudieron respirar aliviados, la nube iba en dirección contraria. "Los cubrirá a ellos mismos. Magnífico. ¡Que se jodan!", comenta alegremente el coronel.

Entretanto ha llegado la respuesta de los superiores de Gagarin: enviarnos de vuelta, nos esperarán en el punto de control. Kukarin se despide amigablemente de nosotros. Le digo que deseo pasar la Nochevieja con él y sus hombres. "Ya sabes dónde estamos". "¿Y cómo lograr que nos dejen pasar?" "Di que vas donde Yug (Sur, su alias militar)". Nos da una tanqueta como escolta y a los diez minutos ya estamos en el puesto de control, donde somos detenidos por un general.

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