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Disfrutar y reformar

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

Recuerda la OCDE que 1999 ha sido el sexto año de fuerte crecimiento de la economía española. De este ciclo de crecimiento que empezó en 1994, el Gobierno socialista disfrutó apenas de dos años, el Gobierno actual ha disfrutado de cuatro, y si no se equivoca la OCDE, el próximo gobierno que salga de las urnas, tendrá garantizados otros dos años. Entre las causas de este fuerte crecimiento hay factores de regalo como la bajada de tipos interés derivada de la Unión Monetaria, pero nadie debería olvidar que lo mejor de estos seis años de crecimiento es la consecuencia de muchos años de esfuerzos reformadores y, si queremos algún día volver a disfrutar, no podemos seguir más tiempo sin emprender otra vez un proceso de reformas estructurales. Porque estos últimos años se han adoptado algunas medidas pero, con la excepción de la congelación de los sueldos de los funcionarios, la mayoría ha sido de las que producen alegrías -bajada de impuestos, ventas de patrimonio público, etcétera- y no se han acometido todavía ninguna de las reformas incómodas, como se observa al repasar las recomendaciones de la OCDE.No se debería continuar sin sembrar reformas cuyos frutos se recogerán más adelante, aunque la experiencia española enseña que esta recomendación es inútil. Decían del presidente Ford que no sabía pensar y masticar chicle al mismo tiempo, y parece que a los gobiernos españoles les sucede lo mismo con las fases de crecimiento y las reformas estructurales. Aquí sólo se reforma en serio cuando vienen mal dadas. Cuando cambia la fase del ciclo, todos los gobiernos se embriagan, entusiasmados al comprobar como, sin apenas hacer nada, el déficit público mejora, el empleo aumenta, las cotizaciones suben , y piensan que ya no es necesario reformar. Se convierten al pensamiento mágico -todo sucede porque yo doy confianza- y olvidan el razonamiento del agricultor, eso tan elemental de que el volumen y calidad de la cosecha no depende de quien la recoge sino que es consecuencia del trabajo realizado con anterioridad. Sólo cuando la fase de crecimiento termina y empiezan las vacas flacas, los gobiernos españoles se preocupan de las reformas estructurales.

La OCDE reitera en su informe la larga lista de reformas del sector público y de los mercados que han permanecido intocadas en los armarios durante estos años de disfrute, y que por ser perfectamente conocidas por todos, ya empiezan a aburrir al personal. Recuerda que nada se ha hecho con la televisión pública, agujero negro que se traga los impuestos. Recuerda que nuestro mercado laboral requiere reformas adicionales y que no se ha hecho nada por suprimir la intervención administrativa en el despido. Recuerda que si el sistema de pensiones está ahora en equilibrio se debe exclusivamente a la fase cíclica en la que nos encontramos, por lo que habría que preocuparse del futuro, y empezar, por ejemplo, por cambiar la normativa sobre la jubilación anticipada. Recuerda la OCDE que, pese a lo proclamado, no se ha introducido competencia en la electricidad y en el gas y propone, sin mayores delicadezas por cierto, acabar con el duopolio eléctrico. Observa que las subvenciones a las empresas han aumentado estos años y subraya el fuerte aumento del gasto farmaceútico. Recuerda que las finanzas locales, la legislación del suelo, la productividad del sistema fiscal y un largo etcétera, están esperando genuinas reformas. La lectura de la lista de lo que se debe hacer no transmite ninguna idea nueva sino la melancolía del tiempo perdido.

Cualquiera que sea el nuevo gobierno, no debería dejar pasar los dos buenos años que, posiblemente, nos quedan, sin reformar. Es verdad que las reformas que se hagan ahora rendirán frutos en otras legislaturas, pero los gobiernos deberían hacerlas porque, aunque ellos cambien, los ciudadanos son los mismos. Disfrutemos de lo que nos queda de expansión pero aprovechemos estos años también para reformar, pues, si las cosas están yendo bien en España no es por arte de magia sino gracias a lo que se hizo antes y, sería una lástima cerrar otro ciclo de crecimiento sin empezar a hacer las reformas pendientes y esperar, una vez más, a que la situación empeore para acometerlas.

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