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Los "daus al set" de Joan Ponç JOSEP CASAMARTINA I PARASSOLS

Hay obras que envejecen bien y otras que envejecen mal y hay algunas que, simplemente, no envejecen. Y entre estas últimas se pueden situar las que realizó Joan Ponç entre 1946 y 1951. Ya dos años antes de que se fundara el mítico Dau al Set, Ponç había hecho muchísimos daus al set avant la lettre: una producción insólita en el panorama español de aquellos años infaustos que ha prevalecido, paradójicamente, como la obra más moderna de su autor. Entre 1946 y 1947, Ponç creó su mundo de una forma concentrada y abrupta, para luego dedicarse a pulirlo y desarrollarlo a lo largo de su carrera.Cada vez que aparece expuesto alguno de esos dibujos o gouaches primerizos se produce una auténtica revelación: parecen acabados de pintar y son eternamente jóvenes, incluso, sin ánimo alguno de pontificar, se puede afirmar que son un claro precedente de obras que han hecho furor en los años ochenta y noventa, como es el caso de las del norteamericano Basquiat -protegido de Warhol- o del alemán Penck, por las que bastantes museos de arte contemporáneo se pelean. Pero como Ponç es de aquí y, además, de antes de la posmodernidad, a menudo no se le otorga el glamour de aquéllos y, lamentablemente, su obra se expone en contadas ocasiones. Hace un año, se podían contemplar algunos de sus dibujos en Madrid, en el Museo Reina Sofía, en la exposición Dibujos germinales, de la que fue comisaria Rosa Queralt. Al lado de otros celebérrimos 49 artistas españoles contemporáneos, Ponç brillaba con luz propia. Junto a él también resplandecía Zush, otro artista personal y alejado en este mundo tan pendiente de la moda y de las relaciones como es el del arte plástico contemporáneo. No era simple casualidad que el recorrido de la citada exposición se iniciara con estos dos estupendos dibujantes catalanes que tienen bastante en común.

La tan esperada -y para algunos insuficiente- exposición del Macba sobre Dau al Set viene a confirmar varias cosas. Que no está mal mantener un diálogo con la propia ciudad y con el arte catalán, además del obligado diálogo con la contemporaneidad y con los museos internacionales. Que, además, las exposiciones históricas sientan bien en el Macba y son perfectamente compatibles con el resto de su programación. Que Dau al Set fue una magnífica revista, fruto del esfuerzo de todo el grupo, más allá de la fama exclusiva de sus pintores. Y por último, el gran valor y la autenticidad de la obra de Ponç. Pues, en el fondo, con esas obras primerizas ya se pueden observar las futuras grandezas y flaquezas de cada cual. Pero a Ponç las cosas no le fueron demasiado bien, y mientras unos parecían desde un principio predestinados al éxito y triunfarían a nivel internacional de la mano del naciente e innovador informalismo, con un fulgor que no duraría para todos igual ni mucho menos, él emigraba a Brasil en 1953 y se mantenía fiel a lo que había inventado con la ayuda de Joan Brossa, entonces incondicional suyo.

Pronto Brossa se fue codeando con la exitosa ortodoxia informalista, mientras Ponç se fue quedando cada vez más solo, encerrado en su denso, claustrofóbico y angustioso mundo, que con el tiempo iba perdiendo espontaneidad y se ponía más frío y más críptico. En Brasil sufría crisis que le llevaban a destruir muchas obras. También allí fundaba una escuela de arte en plan visionario, como todo lo que hacía, y encontraba algunos buenos adeptos. En 1962, enfermo, volvía a Cataluña. Y gracias al entusiasmo que generó su obra en Joan Perucho, expuso en la Galería René Métras y consiguió un gran reconocimiento. A partir de ahí, ilustra libros para Foix, Goytisolo... Encuentra un marchante solvente: Guereta. Triunfa en Alemania. Conoce a Marcel Duchamp, se hace amigo de Dalí... Tiene buenos coleccionistas, como Paco Godia y Salvador Riera. Pero de nuevo algo ensombrece su trayectoria y en los años setenta, sintiéndose incomprendido en su tierra, se traslada a Francia y muere en Saint Paul de Vence en 1984. Y pronto desaparece del mapa oficial.

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