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Julio Salinas

"Si llego a lanzar los penaltis, me salgo de la tabla". Lanzó el primero el miércoles y se salió. Julio Salinas (Bilbao, 1962) es futbolísticamente un hombre feliz. El fútbol, un deporte que extrema el culto a la juventud hasta reducirla a la mínima expresión (apenas 10 años), ha otorgado a Julio Salinas la medalla de la excepción. A los 37 años sigue jugando en Primera División, acumula 400 partidos en esta categoría, encabeza la lista de goleadores en activo (148 aciertos), ha superado a su ídolo Dani, amenaza el puesto de Escudero o Puskas (que le preceden en la tabla), ha jugado en seis equipos españoles y uno japonés, ha sido 56 veces internacional con 22 goles en su tarjeta de visita y tres Mundiales en el talego.Y decían que Julio Salinas era malo. Un futbolista zangolotino -no en vano debutó en la Catedral- con ese aire desgarbado que siempre tienen los deportistas zancudos, más dados a la ética que a la estética del gol. Un muchacho que allá por los 80, a pesar de oficiar como goleador en Segunda División con el Bilbao Athletic, provocaba más dudas que certezas, más polémica que comunión.

El bueno era su hermano Patxi, el pequeño de una familia que vivía el fútbol de un modo intenso. No había mas que ver a su madre atender a las evoluciones de ambos en Lezama para entender que el fútbol era un asunto prioritario en la familia Salinas Fernández. Patxi, igualmente corpulento, tendía a una mayor majestuosidad en el juego. Desde su atalaya de centrocampista o defensa libre oteaba el territorio con un aire de mariscal de campo.

Julio Salinas ha tenido siempre más aristas. Es uno de esos jugadores que hay que mirarle dos veces para entenderle, del mismo modo que uno se frotaba los ojos para comprender lo que había ocurrido en aquella jugada construida sobre la delgada línea de fondo entre una nube de merodeadores. Si el regate o la gambeta argentina es el arte del engaño, lo de Salinas es puro teatro, en el sentido literal de la expresión y no en el carácter despectivo que el fútbol atribuye a las bambalinas. Teatro por la dificultad del texto futbolístico que le gusta interpretar y cine de intriga por el suspense que Salinas concede a cada una de sus acciones. Lo fácil le disgusta tanto como le excita la complejidad. Los manuales llaman a estos personajes, jugadores de área. Pero Julio Salinas es algo más, es la provocación racional, la tentación permanente, el miedo en el cuerpo de los defensores. Provoca con su presunto desvalimiento; tienta enseñando el balón con la puntera; amedrenta con su estela de mago Merlín capaz de realizar lo que sólo parece destinado a la magia, aunque en realidad no sea sino la exacerbación del ingenio.

Cuando debutó con el Alavés, tras concluir su experiencia japonesa en el Yokohama Marinos, Julio Salinas tardó un instante en demostrar el secreto de la eterna juventud. En una jugada, cosió el tiempo, borró su ausencia japonesa y pareció que no se había ido nunca ni de España ni del firmamento. Salió al campo, se fue al pico del área (su salita de estar, desde la que ha acariciado la gloria), recogió de espaldas y resucitó el escorpión, ese tirabuzón que Salinas ejecuta a cámara lenta, casi pedagógicamente, a sabiendas de que el defensor es consciente del engaño, pero que no podrá evitarlo. Aquel día, ante el Espanyol, Iván Helguera sucumbió al efecto Salinas y cometió penalti. La leyenda de Salinas permanecía intacta. A pesar de la edad, de la estancia japonesa, el delantero zangolotino conservaba intacto el escorpión, pegado a la bota como el fiel animal de compañía que ha compartido su salita de estar durante 17 años.

Julio Salinas, el hermano mayor de Patxi, incluso se replantea ahora alargar su actividad, una vez alcanzada la felicidad. Por fín ha conseguido jugar para disfrutar, divertirse en el intento, sabiendo que la exigencia afecta más a su condición de jugador estratosférico que a su rendimiento continuado en el campo.

En el Athletic era una promesa, en el Atlético un fichaje, en el Barcelona una esperanza permanente, en el Deportivo un recurso incesante, en el Sporting la tabla de salvación, en el Yokohama una deidad. El goleador más productivo de la historia contemporánea del fútbol español (más goles en menos minutos) nunca fue Pichichi. En su zurrón, no caben ya más glorias. Tiene seis títulos de Liga, un subcampeonato (con el Superdepor) y tres de Copa. Si llega a tirar los penaltis,...

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SCIAMMARELLA

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