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Sindicalismo anacrónico

J. J. PÉREZ BENLLOCH

El secretario general de UGT-PV, Rafael Recuenco, se nos ha puesto belicoso a pesar del ambiente navideño que nos llama a la paz e invita al consumo. El pretexto, al parecer, ha sido los presupuestos de la Generalitat, acerca de los cuales se sentía -y seguramente estaba- obligado a decir algunas palabras necesariamente críticas. Pero más que críticas le han salido desabridas y tan simplonas que no alcanzamos a ver su propósito, más allá de dar fe de vida y recordarle al personal que su sindicato sigue a pie de obra, aunque anclado en una verborrea anacrónica.

Sorprende a este respecto que un sindicalista de tan larga trayectoria -once años al frente de la citada central, y los que te rondaré, morena- administre todavía una jerga tan elemental como destemplada para analizar y juzgar la política económica del gobierno autonómico, tal como se desprende de los presupuestos que éste ha diseñado para el año 2000. Cuando cabía esperar una ponderación técnica de la que se desprendiesen las presuntas y aviesas intenciones antisociales del partido en el poder, lo que se nos brinda es una andanada de vetustos eslóganes, más propios de un mitin que de una reflexión.

Pero, obviamente, el compañero Recuenco no está para discurrir con sosiego y tino. Vende y moviliza más expresarse mediante pancartas, como calificar de "pura y dura" a la derecha, o evocar "las escuelas de pueblo donde los hijos de los trabajadores se hielan de frío", episodio posiblemente cierto que exigiría evocar y matizar las causas últimas de que todavía nos abochornen estos trances. Tampoco revela mucha finura recriminar las privatizaciones que el partido gobernante prometió en sus programas electorales, cuando, por otra parte, no están claras las ventajas de la gestión pública en algunos sectores.

Por supuesto que no está en mi ánimo desalentar la acometividad del citado líder, ni mucho menos negarle los fundamentos de sus reivindicaciones, que tratándose del País Valenciano son abundantes, antiguas e hirientes. Pero precisamente por eso y por la madurez del vecindario, exigen ser abordadas con argumentos mejor trabados, sobre todo cuando a diario se nos abruma con cifras y evidencias de los déficit que arrastramos y desmienten la Arcadia que propalan los voceros oficiales. Una dialéctica tan agraz como la desplegada por Recuenco en este cierre del milenio únicamente contribuye a cerciorarnos del desfase retórico y acaso mental -¿o será ideológico?- que traba a algunos sindicalistas que condensan todo su mérito en la veteranía.

Y para acabarlo de arreglar, el citado dirigente la emprende contra CC OO, acusándolas de "cometer todas las tropelías que les apetece". Si la unidad sindical es un objetivo lejano, pero que apremia, ya ni la unidad de acción va a resultar posible, con indudable contento de la patronal y desconsuelo de la clase trabajadora. Que haya discrepancias tácticas y eventuales entre las grandes centrales no ha de distraernos de su común estrategia, en la que habrían de aunarse fuerzas y talentos. Ponerle obstáculos a esa convergencia es otra recaída en el anacronismo.

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