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LA CRÓNICA Dos libros de un puente ANTONI PUIGVERD

Anclado en mi sillón de orejas, y mientras todo el mundo parecía empeñado en visitar Andorra, he dedicado el solemne puente constitucional a atracarme de lectura saboreando el dulce sol de otoño que entraba por mi ventana. Mientras millones de urbanitas se reencontraban en carreteras y montañas, yo, sin moverme del sillón, he visitado lejanos lugares llevado en volandas por un par de buenos conductores literarios. Gracias al zumbón Ramon Solsona he estado en el campamento de Los Castillejos rememorando la jerga, las canciones, las machadas y las obsesiones de unos mandos militares (en especial de un comandante chusquero, putero y fisgón apodado El Perles: "Si este fusil está limpio, mis cojones son perlas") y de nueve sufridos soldados universitarios que responden a la versión local de los tópicos del 68. No tornarem mai més se titula esta última novela de Ramon Solsona y es un sensacional viaje por el delirante mundo de los campamentos de milicias en la época del franquismo residual. Entre sus muchas amenidades (trama de relojería, diversión y esperpento, ácido repaso a los protagonistas de la transición), destaca la recreación del lenguaje castrense de aquellos años. Solsona fusiona el catalán moliente y el español castizo en un burbujeante experimento. El lector catalán, sea cual sea su lengua habitual, paladeará gozoso esta escudella que sabe a potaje, enfrentado, por fin, no al agrio problema de las dos lenguas, sino a la jovial solución de verlas mezclarse a la manera literaria, mediante briosos juegos de estilo.También he visitado estos días la Praga comunista, el Berlín oriental (y después, clandestinamente, el sector occidental: como un espía llegando del frío). He admirado el París de los sesenta, me he sorprendido en Bucarest y en otros muchos escenarios de la memoria de otro excelente chófer literario, Jordi Solé Tura, un político que ha escrito cuatrocientas páginas que se leen de un solo trago. Una història optimista, primera entrega de sus memorias, arranca con el neblinoso recuerdo de una escena política (un tío encarcelado el 6 de octubre de 1934) y termina, poco después del 15 de junio de 1977, con el luminoso recuerdo de la ascensión de La Pasionaria y Alberti por las escaleras del Congreso, presidiendo la primera sesión de las nuevas cortes democráticas.

Las memorias de Solé Tura están escritas con la agilidad de un periodista, pero transmiten la verdad del protagonista, de alguien que ha vivido en primera fila el último medio siglo de nuestra azarosa historia política. Cuenta Solé Tura fundamentalmente su etapa política clandestina: la creación de las primeras células universitarias; el exilio comunista, con sus miserias, delirios y grandezas (aquí están resumidas, y comprendidas, las razones de los enfrentamientos que, más implacable, ha narrado Semprún); la paradoja de vivir exiliado en un país comunista captando su horrible semejanza con el país franquista; los cambios que aporta el mayo del 68, vivido directamente en París; el regreso en la fase declinante del franquismo, con sus cárceles y sus nuevas aventuras (la caputxinada, el movimiento Bandera Roja, los cristianos doblados de socialismo, el unitarismo de la Assemblea de Catalunya, las reflexiones y polémicas a propósito de la llamada cuestión nacional). No he conocido a Solé Tura más que en sus libros y artículos, pero incluso en estas memorias en las que habla de sus dos mujeres y de su hijo, de su madre panadera, del ambiente familiar de Mollet, de la vida cotidiana en la guerra y la posguerra, de su hermano que casi se convierte en estrella de fútbol, de un impresionante viaje con la madre, en diciembre de 1938, en plena retirada republicana, buscando al hermano combatiente entre las ruinas y la metralla, incluso en estos bellos y cálidos apuntes de su intimidad personal, Solé Tura se muestra prudente y racional. Nunca le abandona el desodorante reflexivo.

Acaso el lector que haya tenido la paciencia de llegar hasta aquí se preguntará qué tienen en común el cortísimo viaje de los soldados de Solsona al campamento de Castillejos y el largo viaje histórico y personal de Solé Tura. En qué punto se encuentran. La respuesta está en Bandera Roja. Por casualidad, ambos libros aparecidos en estas mismas fechas prenavideñas coinciden en la evocación literaria, irónica una, reivindicativa otra, de este popular movimiento político de los años setenta. Nunca fui Bandera, pero concocí a muchos (y admiré a muchas: ¿qué se hizo de aquella militante de Sants de paralizantes ojos azules?). Los BR planificaron bastantes aventuras de mi juventud y ahora son materia libresca. Glups, que diría el Martínez. Cuando tu juventud entra en los libros, tu sangre empieza a teñirse de un inquietante, pálido, color de página.

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