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Energías XAVIER BRU DE SALA

Como el de los transgénicos, el asunto de la energía nuclear es una muestra de la inmadurez ciudadana, fruto del miedo no racionalizado, abonado por el fundamentalismo demagógico de un sinnúmero de ecologistas. Los italianos llegaron al extremo de convocar un referéndum: resultado, Italia no posee centrales nucleares -aunque es un enorme almacén de bombas- y es uno de los países más energético-dependientes del mundo. Si se hubieran convocado similares consultas populares en el resto de Europa, la Unión estaría a oscuras o sumida en la penumbra energética, deseando que los rusos limpiaran de insumisos no sólo Chechenia, sino el Cáucaso entero.El gran argumento de fondo para el mantenimiento de la costosa agricultura europea no es de naturaleza paisajística o laboral. Es estratégico. Las interdependencias en el planeta aumentan, y es bueno que así sea, pero un continente incapaz de producir suficientes alimentos para su manutención podría sufrir, en caso de crisis internacional, una mortandad de incalculables consecuencias. Algo parecido sucede con la energía, en especial la eléctrica. Los norteamericanos, no contentos con dominar el petróleo en el mundo, rellenan en su territorio pozos petrolíferos agotados, por si acaso. En cambio, los europeos, además de dictar sentencia contra la energía nuclear, están ultimando planes para acabar con el carbón cuando, atendiendo a la sensatez, deberían potenciar su extracción como fuente de alimentación de centrales térmicas (por lo menos del carbón que no produce lluvia ácida, que lo hay).

De las 134 centrales nucleares activas en la Unión Europea, 56 están en Francia. El resultado es un gran negocio para los franceses, ya que producen por este sistema el 76% de su energía eléctrica (en España, menos de la mitad, todavía), gastan menos y todavía les sobra para vender a sus vecinos. Para el caso, virtual, de Cataluña, las campañas contra las centrales son bastante absurdas, ya que las compras encarecerían la factura, además de no conjurar el peligro: un accidente nuclear serio en el sur de Francia en día de tramontana sería peor para los catalanes que uno de características similares en Vandellòs. Es precisamente Francia, junto con Alemania, el país que desarrolla tecnología nuclear avanzada -centrales más potentes, más seguras, de vida más larga y con menos residuo, para cuando haya que sustituir las centrales de la presente generación-. Pero es también en Francia donde más ataca el fundamentalismo antinuclear, a pesar de lo bien que les va el negocio y de los irrelevantes efectos negativos para los franceses.

La energía nuclear es, en efecto, peligrosa, aunque ni mucho menos al nivel que se cree. El accidente de Chernóbil fue debido a la combinación del grafito y un insensato y arriesgadísimo experimento de los técnicos soviéticos. El último de Japón se debió a una intolerable relajación de las medidas más elementales de seguridad. Aminorado a una última tecnología británica el tema del sellado de las centrales en desuso, el verdadero problema de esta energía está en los residuos y su almacenamiento. Es su talón de Aquiles. Y bastaría para contrarrestar sus enormes ventajas estratégicas y económicas si no fuera porque las energías alternativas son, por desgracia, insuficientes. Una sola central produce tanta electricidad como todos los embalses de España. La energía eólica tiene, además de la contaminación del paisaje y su efecto de trituradora en masa de aves, grandes dificultades para su conexión a la red. La electricidad no se almacena y debe por tanto producirse a medida que se consume. La solar no está exenta de residuos, sirve más que nada para el consumo doméstico, sólo en las zonas con mayor insolación (incluso en Turquía, no hay edificio en el sur que no la posea, pero está mucho menos presente en el norte). En todas ellas, Francia está mucho más avanzada que nosotros. La gran alternativa, apenas ensayada en Brasil, de aumentar la biomasa para quemar el incremento en varios de sus derivados, está aún por desarrollar y aplicar.

Digan lo que digan los de Greenpeace, la diversificación de las fuentes de energía es deseable, pero a igual o mayor consumo, que es lo previsible, los efectos y los riesgos serían peores si se prescindiera de las nucleares. Pero es tanta su demagógica propaganda que antes de escribir este artículo he hablado con bastantes de mis amigos científicos. Todos me han animado a hacerlo, y uno de ellos, ingeniero y matemático, hijo de exiliados e izquierdista por más señas, me ha soplado un precioso argumento pro nuclear conservacionista: los organismos vivos del planeta tardaron cientos de millones de años en convertir una atmósfera de anhídrido carbónico -CO2- en otra de O2 u oxígeno. La C está bajo tierra en forma de petróleo, carbón y gas natural. La especie humana puede invertir el proceso en pocos siglos, máxime cuando la quema de combustibles fósiles contribuye a reducir el cinturón verde, el cual es el gran convertidor de CO2 en oxígeno mediante la fotosíntesis. Desde luego, la energía nuclear no cuenta con un inconveniente tan grave.

El petróleo y el gas no son eternos y la llamada fusión fría va para largo, tal vez para larguísimo. Para estar en condiciones de prescindir de la energía nucelar, el mundo debería cambiar de un modo hoy por hoy inimaginable. Para seguir con ella y no cometer un error estratégico y ecológico de primera magnitud, los europeos han de aparcar su lado irracional y abordar los pros y contras del debate con seriedad y serenidad. Probablemente, no lo harán. Los catalanes menos. Y el resto de los españoles, en especial los políticos de Madrid, no digamos.

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