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Corriendo contra la lluvia

Once mil atletas consolidan el prestigio popular de la Behobia-San Sebastián

Hace frío en Behobia: ocho grados, y llueve sobre once mil atletas apelotonados tras una línea que cruza la N-I. Una nube de vaho cubre el hormiguero humano donde ya huele a nervios y sudor. Aquí no se raja nadie; quizá el público, más discreto de lo acostumbrado.Se trata de correr hasta San Sebastián, 20 kilómetros plagados de toboganes, de empujones en la salida, de martilleo de zapatillas empapadas sobre el asfalto. Y, curiosa paradoja, seguir corriendo después de cruzar la línea para acercarse al hogar, al coche o al hotel y esquivar una pulmonía. ¿Correr por correr? No, correr porque se trata de la Behobia-San Sebastián.

La prueba se ha convertido en una referencia entre las citas populares del norte de España. Y nadie se explica muy bien las razones de un éxito que nada tiene ya de milagroso. El caso es que apenas caben apellidos ilustres: cuentan los miles de atletas anónimos, los mismos que han concedido a la carrera su notoriedad. El pueblo para el pueblo. Para la mayoría de los hoteles de la comarca, la Behobia-San Sebastián se ha convertido en una jornada estival, una peregrinación atlética fija en el calendario.

La carrera resucitó en 1979 para convertirse en un fenómeno de entusiasmo popular en los noventa. El alto de Gaintxurizketa, 90 metros sobre el nivel del mar, suele parecer un puerto del Tour. Ayer, un poco menos. Seguía lloviendo y no parecía adecuado contemplar bajo el aguacero un goteo humano que suele prolongarse más allá de la hora. Para mojarse y sufrir estaban los participantes, la mayoría varones, algunos excéntricos y empeñados en correr disfrazados.

Superados los agobios de la salida, alcanzada la liberación de las primeras zancadas y familiarizado con el ritmo y el espacio dentro de la masa humana, uno puede abandonarse a la soledad del esfuerzo. Muchos prefieren el diálogo entrecortado, la solidaridad espontánea, el discurso del jadeo. Algunos llegan a hacerse amigos entre Behobia y San Sebastián. Dicen que la miseria del esfuerzo une. O frustra. Como a un valenciano, espuma en la boca y cronómetrto en mano, que no ha batido su mejor marca por un puñado de segundos. A ratos, el esfuerzo sorprende con recompensas impensables: Amaia Ortega, donostiarra que corre sin entrenamientos científicos ni más sofisticación que su afición, acabó imponiéndose a la lógica y a Sara Valderas, participante en el último mundial de cross.

Alberto Juzdado, en cambio, no sorprendió a nadie al presentarse solo en meta. Había actuado igual en 1995 y 1996. Sólo se enfrentaba al misterio del reloj: correr por debajo de 59.19, su récord y el de la prueba. Una pancarta publicitaria colocada de forma paralela a la que anuncia la llegada le despistó: no superó el récord por cuatro segundos. Su pequeño drama público solapa centenares de pequeñas desgracias anónimas. Por ejemplo, Juan, murciano que viajó sin acompañantes y que perdió entre salida y destino las llaves de su coche.

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