LA CRÓNICA Nueva tentativa de agotar la plaza Rovira ENRIQUE VILA-MATAS
A principios de septiembre de 1996 publiqué aquí una crónica, Tentativa de agotar la plaza de Rovira, que practicaba una escritura topográfica al estilo de la de Georges Perec cuando se sentó en un café de la plaza de Saint-Sulpice de París e intentó inventariar todo lo que podía ver en aquella plaza, ya no sólo lo que estaba inventariado (la iglesia con sus delacroix, las estatuas de Bossuet, Fenelón y compañía), sino aquello en lo que nadie se fijaba, "lo que pasa cuando no pasa nada, sólo el tiempo, la gente, los coches, las nubes", todo lo que aparentemente carece de importancia. Naturalmente, Perec había fracasado en su tentativa de abarcar aquella plaza en su totalidad. Y, por supuesto, yo, hace tres años, ni mucho menos conseguí retener meticulosamente la totalidad de la plaza de Rovira, en el barrio de Gràcia. Pero tampoco puede decirse que fracasara del todo, pues quedó registrada para la memoria futura una serie de datos sobre la plaza de Rovira de hace tres años.De aquel inventario modesto y parcial de lo que era visible en la plaza en septiembre de 1996 quedaron, entre otros, estos datos: había en la plaza dos farmacias, cuatro sucursales de banco, la estatua del señor Rovira i Trias, un buzón de correos, una fuente, un cartel que anunciaba el próximo partido del Europa, una casa de okupas (con el lema resistir es vencer), una sala de arte, 16 jubilados, un quiosco de helados y otro de periódicos, una churrería, una cansaladeria, un loco que cantaba La Traviata, una ferretería, 3 bares (el Comulada, el Valls y una sandwichería-pizzería), una parada de taxis, una peluquería, 22 árboles, 2 sitios de venta de cupones de ciegos, 12 farolas, un clochard, un colmado, un estanco, una frutería, una puerta tapiada, 2 cabinas de teléfono, un cielo azul.
Ayer volví de nuevo a la plaza con la ilusa idea de intentar de nuevo abarcarla, agotarla, inventariarla en su totalidad si me era posible. Quiso el azar que mi regreso a la plaza se produjera en noviembre, que es precisamente el mes en el que se inicia, en esa plaza de Rovira, la acción de El embrujo de Shangai, la novela de Juan Marsé que Víctor Erice no ha podido llevar al cine tras un conflicto con el productor Andrés Vicente Gómez: "Corría el mes de noviembre", se lee en la novela, "y la pequeña plaza ensimismada y gris se cubría con las hojas amarillas de los plátanos, el frío se había anticipado y el invierno prometía ser duro".
Este noviembre el frío no se ha anticipado y nada parece confirmar que el próximo invierno vaya a ser definitivamente duro. Por otra parte, aunque la plaza sigue ensimismada, hace años ya que perdió el color gris de la posguerra. Un día volveré, me dije hace tres años, poco después de inventariarla. Y ayer volví y, cuando iba a sentarme al aire libre en el mismo café de hace tres años, un conocido del barrio me contó que Víctor Erice se había pasado, hasta no hace mucho, días enteros sentado en riguroso silencio en ese mismo café, estudiando la plaza, tratando tal vez de captar la esencia y hasta el más mínimo detalle topográfico del lugar: una nueva tentativa de agotar la plaza de Rovira, un trabajo lento y meticuloso que ha terminado por resultar inútil porque las antiartísticas leyes del mercado no están dispuestas a que Erice realice su ambiciosa película.
Fui a la plaza y acabé sentándome en el mismo café-observatorio de hace tres años y anoté los cambios que se han registrado en el lugar. Muy pocos. Siguen las 12 farolas, la estatua del señor Rovira i Trias, las 2 farmacias, las 4 sucursales de banco, la fuente, el cartel que anuncia partido del Europa, la sala de arte, la casa de los okupas, la churrería, la ferretería, los 3 bares, la parada de taxis, la peluquería, las farolas, el clochard (¿seguro que es el mismo?), el colmado, el estanco, la frutería, la puerta tapiada, el cielo azul. No está el quiosco de helados, falta uno de los sitios de venta de cupones de los ciegos, la sandwichería-pizzería se llama ahora café Flanders (hace ocho años era una maravillosa lavandería), no existe ya la cansaladeria y hay entre los árboles una pancarta antifascista.
No hay, pues, muchos cambios, aunque en el ínterin ha ocurrido, a lo largo de estos tres años, parte de la historia de uno de esos dramas sórdidos de los que apenas se entera la ciudadanía: al mejor director del cine español actual le han impedido hacer lo que muy probablemente habría sido una obra maestra. Tal vez a esos sórdidos pequeños dramas silenciosos se refería Perec cuando hablaba de inventariarlo todo, incluso lo que pasa cuando aparentemente no pasa nada.
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