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Tribuna
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Encierros

NEGRITASEstá más que manida la frase de que ahora ya nada es como era, pero es que a veces la realidad se empeña en demostrar que es así. A ver a quién se le ocurría hace 20 años anunciar que iba a realizar un encierro, y menos en los gobiernos civiles, a los que ahora han cambiado el nombre por el complicado de Subdelegación del Gobierno, de no se sabe bien qué gobierno. Pues ahora sí se les ocurre a mentes pensantes políticas bien avenidas, que encima claman por todos los micrófonos que tienen delante un encierro en las dependencias de Jaén para protestar por unas larguísimas conducciones de agua que debe ejecutar el Gobierno de José María Aznar.Se anuncia con antelación, o sea, con alevosía, y van y les reciben el día previsto como si fuesen una visita. Los que entraban a protestar eran los alcaldes y concejales de 22 municipios, que han campado esta semana por todo el edificio hasta encontrar un hueco en el que desplegar una pancarta. El alcalde de Torredelcampo, Antonio Galán, que guió a sus compañeros, sólo encontró el obstáculo de unas obras en el edificio.

Ya no es lo que era. Un encierro de lujo, sin antidisturbios ni nada. Con cortesías, con recibimiento incluido del ínclito ocupante de la Subdelegación, Teófilo García, que hasta hizo gestiones para ver si la ministra de Medio Ambiente, Isabel Tocino, podía recibir a una delegación de munícipes.

No pudo ser el encuentro, pero cuanta amabilidad para un encierro.

Son movilizaciones de guante blanco. Qué lejos de aquellas protestas en las que el alcalde de Torredonjimeno, Miguel Anguita, participaba al inicio de la democracia en encierros de los de verdad. Anguita está ahora en la movida del Víboras, pero con poco entusiasmo.

Los sindicalistas también son respetados movilizadores. Hace un mes, Juan Aguilar, líder del campo de UGT, y Alfonso Martínez Foronda, de CC OO, se encerraron en el Inem por lo del Aepsa, de soltero el PER, e incluso les habilitaron una sala. Para que estén más cómodos, dijo entonces el director del Inem de Jaén, Miguel Hernández, que abandonó el edificio cuando los sindicalistas entraban, no por temor, sino para tomarse el cafelito de media mañana.

Ya no es lo que era, ni el tiempo vale lo mismo. El ritmo de vida moderno lleva a las prisas. Los alcaldes no estuvieron encerrados ni tres horas, les reclamaron otras ocupaciones.

CARMEN DEL ARCO

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