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Tribuna:AMIGOS Y VECINOSFRANCESC TORRES
Tribuna
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"Puedo dejar de votar en dos países" RAMÓN DE ESPAÑA

Pregunta. En enero del 2000 inaugurarás en Madrid una nueva instalación, Perder la cabeza, y por lo que me dijiste la última vez que nos vimos, si no es tu última instalación puede ser la penúltima...Respuesta. Tengo la sensación de llevar mucho tiempo haciendo lo mismo, o cosas muy parecidas. Como artista, lo que siempre me ha interesado en primer lugar es aprender cosas, sorprenderme a mí mismo, y que ese aprendizaje y sorpresas se trasladaran al espectador. Ya sé que hay personas que se pasan la vida dándole vueltas a lo mismo, perfeccionando su lenguaje, convirtiéndose en grandes profesionales, pero a mí no me basta.

R. Es duro cambiar de oficio a los 50 años, ¿no?

R. Supongo que sí. Y la verdad es que no sé en qué dirección voy a tirar después de las últimas instalaciones, pero sé que necesito un cambio. Quién sabe, igual resulta que no sé hacer otra cosa y tengo que volver, al cabo de un año de reflexión, a aporrear la puerta de las fundaciones, pero por lo menos lo habré intentado. Ya es más de lo que puede decir mucha gente.

P. ¿No ha habido mucha tontería últimamente en el asunto de las instalaciones? A la que te descuidas, un papanatas apoya un mocho en una bombona de butano y dice que eso es arte.

R. Ocurre en todos los campos. También hay pintores de brocha gorda que se consideran artistas.

P. A mí me gustaron mucho los relatos de tu libro The repository of absent flesh. Ya eres un escritor, de hecho. Pero de eso no se come.

R. Me temo que no.

P. También te has internado recientemente por el mundo del comisariado artístico...

R: Ese proyecto me hace especial ilusión. Se centra en la peculiar figura de Wifredo Ricart, ingeniero catalán falangista que en los años 40, en plena hambruna de la posguerra, se puso a diseñar los coches deportivos más vanguardistas del mundo, los Pegaso. Es una de esas historias absurdas que sólo pueden suceder en España. Todo el país pasando hambre y este personaje, que, entre otras cosas, paseaba a caballo por la Diagonal y era amigo del conde Ciano, se pone a diseñar, con el beneplácito del régimen, unos coches formidables, que se podrán ver en el CCCB. De hecho, es una historia muy olvidada. Tú sueltas la palabra Pegaso y todo el mundo piensa en los camiones del desarrollismo.

P. Esa exposición para el CCCB te permite unir dos de tus temas favoritos: los coches de carreras y la política. Pero te advierto que no va a ser del agrado de los nacionalistas: te recuerdo que, según la doctrina oficial, Cataluña en pleno perdió la guerra y aquí no hubo ni un franquista.

R. Exacto.

P. ¿Crees que tu conversión, esporádica, en comisario puede interpretarse como el reconocimiento de que ese cargo es hoy día más importante que el de artista?

R. No exactamente. Lo que sí es cierto es que a partir de los años ochenta se produce un curioso fenómeno gracias al cual el comisario es la estrella. Hay tantos artistas y corre tanto el dinero que quien escoge y selecciona es quien se acaba llevando el gato al agua. De esta manera, el comisario se convierte en artista, los artistas se reciclan en mano de obra cualificada para el comisario y éste se inventa una tesis, por lo general indemostrable y absurda, que le permite lucrarse y contribuir a incrementar su prestigio... Los años ochenta fueron espantosos en todos los sentidos. Ahí se sentaron las bases para la debacle de los noventa.

P. ¿Qué debacle?

R. El fin del comunismo, de la política, de las ideas. Mira a tu alrededor: todos dicen que son de centro. El comunismo, en mi opinión, fue una tragedia descomunal, pero eso no quiere decir que el capitalismo sea estupendo. El comunismo, si no para otra cosa, servía por lo menos para que el capitalismo notara que tenía algo delante y se cortara un poco a la hora de machacar a la gente. Eso se ha terminado. Ya no hay enemigo, no existe alternativa al capitalismo y éste puede hacer lo que le apetezca. Con la colaboración de los políticos de seudoizquierda.

P. ¿Te refieres a Felipe González?

R. Y a Tony Blair. Y a Pasqual Maragall. Y a los buenos chicos liberales como Bill Clinton. Pensar que hubo una época en que confié en él...

P. Hace veintitantos años que vives en Nueva York. Tienes pasaporte español y pasaporte norteamericano. Votas en los dos sitios. O sea, que tu cruz es el doble de pesada que la mía. Yo aguanto a Aznar y a Pujol. Tú, además, a Bill Clinton y a Rudy Giuliani.

R. Como sabes, toda la vida me ha interesado mucho la política. Ya te dije una vez que, de joven, llegó un momento en el que, prácticamente, tuve que elegir entre el arte o el atracar bancos por el bien de la revolución. Pero ya no puedo más. Estoy cansado de votar por gente que no me representa en nada y a los que doy mi papeleta con dos dedos en la nariz para soportar su mal olor. Y no estoy hablando de pasotismo, que es algo que no va con mi carácter. De lo que hablo es de un absentismo activo, de dejar bien claro que no estamos dispuestos a seguir siendo manipulados por gente que no nos representa y que sólo se acuerda de nosotros cada cuatro años.

P. ¿También te abstendrás en las elecciones norteamericanas?

R. Supongo que sí. Entre Gore, que es como un muñeco de ventrilocuo, y Bush, que va de capitalista compasivo, ya me dirás... Me cae bien Bill Bradley, que me parece un buen tipo, pero no creo que tenga gran cosa que hacer. A lo sumo, puede que herede los votos de la gente que pensaba votar por Warren Beatty y se lo pensó mejor...

P: ¿Va en serio lo de Beatty o es una broma a lo Zappa?

R: Beatty quiere molestar y tocar las narices, como en decirles a los políticos que lo están haciendo todo lo peor que pueden.

P: ¿No estamos hablando demasiado de política? Te recuerdo que eres un artista.

R: A mí ya me está bien.

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