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Tribuna:GENERACIÓN SIN NOMBRE
Tribuna
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El poncho y la autoestima

Sospeché que algo pasaba cuando, a una hora intempestiva, la voz de Conxa me despertó. "Tenemos que recapitular o me voy de la serie. Hasta te he encontrado una sustituta y todo: alguien que piensa, como Aly McBeal, que una mujer sin minifalda no es nada...¿Qué pasa? ¡Desde que me compré el poncho estoy gafada! ¡Mañana mismo vuelvo al conjunto marengo, siempre con pantalones, no vaya a pensar alguien que tengo piernas! Y en vez del régimen vegetariano de estas últimas semanas vuelvo a las pizzas, las hamburguesas y el ketchup, ¡y volveré a fumar! Sí, lo que oyes: fumar a todo trapo. Los fumadores son un ahorro para todos, fíjate: pagan más impuestos que los demás y, encima, se mueren antes; lo cual es un enorme ahorro en pensiones. ¡Deberíamos estar agradecidos a los fumadores! Quiero recuperar la mala conciencia que tenía cuando fumaba para transformarla en un orgullo..., como hacen los gays. "Si no puedes encontrar la felicidad en la quietud, ¡encuéntrala corriendo!", decía Wittgenstein. ¡Viva el humo!...". A esas horas exóticas no estaba yo para tales profundidades, así que sólo atiné a preguntar una estupidez: "¿Dónde estás, Conxa?". "En el limbo, si te parece....Te llamo desde un Madrid desolado, lleno de banqueros y famosos: comprendo cómo se debe sentir Rociíto... Estoy en horas bajísimas de autoestima: ¡el poncho hippy que me compré es el culpable! No se puede repetir la historia: enseguida me di cuenta de que el poncho y el móvil no ligaban nada... es como intentar que mi madre entienda que me gustan los tíos pero que no voy a casarme, ¿para qué?, ¿por qué voy a casarme y, sobre todo, con quién? Iba por la calle, sonaba el móvil y tenía que abrirme paso entre las telas del poncho para rescatarlo del capazo que compré para sustituir a la mochila en la que el móvil ocupaba siempre su sitio. ¡No puedes ir con poncho y con mochila! ¡No puedes estar atenta a la vez al poncho y al móvil! ¡No puedes trabajar, comerte el coco pensando ideas brillantes todos los días y estar a la última en la teoría general de la seducción! Necesitaba un cambio de imagen y creí que el poncho iba a solucionarlo; en vez de eso, cuando llego al despacho, en este Madrid de los demonios, me reciben con un "¡ha llegado el poncho, vamos a ver quién hay dentro!". ¿Qué te parece?". Parecía claro que Conxa necesitaba que alguien le echara un amistoso cable, pero ¿qué decirle? La dejé hablar: "Tengo una noche tonta, el ordenador portátil, que es quien me ayuda a desfogar mis neuras en ese diario que tanto te interesa, no funciona en este hotel de diseño: hay una interferencia que bloquea la pantalla en un solo mensaje: "Sé tú mismo". ¿Y quién demonios soy? Y, sobre todo, ¿para qué quiero saberlo? He pasado todo el día intentando librarme del poncho y dando mil vueltas a cómo hacer que lo transgénico parezca ecologista, ese encargo que tengo, ya sabes, y que me llena de dudas: ¿cómo hacer compatible el blanco con el negro? Para inspirarme he analizado el caso Aznar: un señor de derechas que se ha convencido de que es un progre, ¡un gran triunfo para la propaganda!, ¡un éxito publicitario de cuidado!, ¡un ejemplo a seguir! Pero he acabado exhausta, con mala leche, sin las ideas que necesito para la reunión de mañana: los genios de la publicidad madrileña sabrán que debajo del poncho no hay nada... un agujero negro. Para colmo, en esta ciudad no conozco a nadie y no le importo a nadie. El poncho tampoco ayuda a ligar. Yo quería ser masa... pero echo de menos a Leni (que fue el primero que puso cara rara cuando me vio con el poncho), a mis padres, a Joan (mi jefe en Barcelona)... y hasta te echo de menos a ti". Me convenció: el poncho era el culpable. "Abandónalo en Madrid", le dije, sin mucho convencimiento. Y decidí algo: conseguir que Conxa me cuente, al fin, su vida. (Continuará).

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