Tras las huellas de Jim (y 2) JOAN DE SAGARRA
El domingo anterior les hablaba de Jules et Jim, la película de Truffaut, y de sus tres protagonistas. Jules (el escritor alemán Franz Hessel), Catherine (Helen, la mujer de Franz) y Jim (el escritor francés Henri-Pierre Roché, autor de la novela homónima en la que se basa la película de Truffaut, amigo íntimo de Franz y amante de Helen). Les hablaba de que a lo largo de 37 años, desde que vi la película de Truffaut en un cine de Tours (octubre de 1962) hasta que descubrí en el suplemento literario de Le Monde del pasado mes de junio la existencia de unos Carnets de Roché, del Journal d"Helen y de una biografía de Roché, he mantenido una relación llena de sorpresas con el mundo, las amistades y los familiares de aquellos tres personajes de la película de Truffaut, una película que me fascinó en 1962 y me sigue fascinando cada vez que vuelvo a verla.Mi escrito del domingo anterior terminaba cuando, mientras leía los Carnets de Roché, me llegaba una amable carta de Philippe Reliquet, el recién nombrado director del Institut Français de Barcelona, en la que me invitaba a almorzar. El nombre de Philippe Reliquet me sonaba, pero no sabía de qué. Al poco di con ello: Philippe Reliquet era, con su esposa (o tal vez su hermana) Scarlett Reliquet, el autor de la biografía de Roché que había descubierto en Le Monde y había pedido a la librería Laie que me mandasen. No podía ser de otro modo. Efectivamente, Scarlett (su esposa) y Philippe Reliquet eran los autores de Henri-Pierre Roché. L"enchanteur collectioneur (Éditions Ramsay, París, 1999), la primera biografía sobre el autor de Jules et Jim, como me confirmó el propio Philippe Reliquet. Después de 37 años siguiendo las huellas de Jim, éste hacía su aparición en Barcelona, a través del matrimonio Reliquet. Yo juraría que, después de 37 años de seguirle la pista, Roché había querido agradecérmelo viniendo a mi encuentro, en Barcelona.
Me he leído las 350 páginas del libro de los Reliquet y he de confesarles que me lo he pasado en grande. Amén de ayudarme a completar el paisaje humano y sentimental, parisiense, en el que se movía Roché, me han dado a conocer su faceta de relaciones públicas, el extraordinario papel que desempeñó Roché en el mundo de los artistas de su época, y que le valió el calificativo de "the general introducer" con el que le obsequió Gertrude Stein. Es el Roché que lleva a los Stein a visitar el estudio de Picasso, al que conoce desde 1904, cuando vendía sus dibujos por cinco francos; el que presenta a Brancusi, a Derain, a Max Jacob... al célebre modista y coleccionista Jacques Doucet, futuro comprador de las Demoiselles d"Avignon. Es el íntimo amigo de Marcel Duchamp; es quien asesora al abogado norteamericano John Quinn, un millonario apasionado por el arte moderno, sobre todo el francés, en la formación de una de las más importantes colecciones de este siglo; quien consigue para Quinn La bohémiene endormie, de Rousseau (175.000 francos de 1924), y el Cirque de Seurat.
Los Reliquet han trabajado en su libro desde el mes de septiembre de 1993 hasta abril de 1999. Su investigación les ha llevado a Nueva York, a Austin (Tejas), donde se hallan los manuscritos de Roché (las miles de páginas del Journal, la correspondencia, documentos), que el pesetero de su hijo Jean-Claude se vendió -una de las muchas maneras de matar al padre- a los yanquis, y naturalmente, a París. Es un trabajo de negros. "Horas y horas en la biblioteca de la Universidad de Austin, copiando documentos, ¡nada de fotocopias!, a mano, en unos papeles previamente sellados por los guardianes del tesoro", me cuenta Scarlett.
El interés de este libro es indiscutible y le auguro un espléndido futuro. Pero para mí tiene, además, un encanto especial: el haberme revelado la relación que existió entre Henri-Pierre Roché y el pintor Pere Pruna. Entre 1924 y 1927, Pruna pintó para Roché, quien a cambio de una mensualidad adquirió toda su obra. En el inventario que en 1956 Roché hizo de su propia colección figuraban nada menos que 247 pinturas de Pruna, principalmente óleos, y 282 dibujos. Roché vio en el joven Pruna un nuevo Picasso. "Pruna m"apporte les choses que j"ai achetées chez lui hier", escribe Roché en sus Carnets (junio 1924). "Il n"a pas vingt ans. Il me plaît. Il a le nez rond comme Luk (Helen Hessel), des yeux plus bleus que les siens, bien qu"Espagnol, une voix grave comme Picasso". Me hubiese gustado llevar a los Reliquet a visitar el estudio de Pruna, donde pasé algunas tardes memorables, en la plaza Reial. Luego hubiésemos ido a almorzar al Glacier, rodeados de las pinturas de Grau Sala, el mismo que había ilustrado la carta de La Cloiserie des Lilas, un local en el que, quién sabe, tal vez coincidí alguna vez con Roché, poco antes de su muerte. Pero el taller de Pruna, como el Glacier, ya no existen. El libro de Scarlett y Philippe Reliquet me los ha recordado. ¿Por qué, mis buenos, mis nuevos amigos, no ampliar ese recuerdo con una exposición de homenaje a la amistad entre Roché y Pruna, en el Institut Français?
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.