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Reportaje:

Luis Uranga

El presidente de la Real se ha jugado su primer órdago con la contratación de Clemente, un reguero de pólvora

Luis Uranga (San Sebastián, 1949) es un presidente discreto, es decir que hace las cosas con discreción, lo que cual le relega al reducido club de los mandatarios y le aleja de los mandarines cada vez más frecuentes en el fútbol. Uranga, en una alineación, sería ese defensa central discreto (Kortabarria, Pikabea) que suele reclamar Iñaki Gabilondo para construir una Real Sociedad victoriosa. Como buen cultivador de la parsimonia necesaria para dar el pase correcto, tiene más fácil el pronto que el regate. Y entonces lo mismo descubre una lagrimita en las despedidas, que reacciona con rapidez cuando entiende que ha sido objeto de falta (por los medios de comunicación, por los clubes, por los comités) no señalada por el árbitro.La pasada semana le tocó quizá por vez primera lanzar un penalti decisivo. Había lanzado otros cuando destituyó a un John Toshack ya no tan magnánimo tras su segunda venida de su mano al banquillo realista, o a Salva Iriarte (un hombre de la casa, que se iba pero se quedaba) o cuando no renovó a Javier Irureta. Eran penaltis en el minuto 59, con capacidad de reacción en caso de errar el lanzamiento. El último penalti decide su partido: destituyó a Bernd Krauss, un entrenador también discreto (es decir que actúa con discreción) y contrató a Javier Clemente, un entrenador nada discreto (es decir que no actúa con discreción), bilbaíno y del Athletic. El penalti está aún en el aire y no se adivina si va enfilado a la portería. Lo único claro es que en ese lanzamiento Luis Uranga se juega el puesto en el equipo titular: si acierta con la red no sólo seguirá siendo el capitán, sino el más ilustre integrante del equipo. Si el balón va fuera, Luis Uranga puede irse al banquillo de los acusados. Es la magia de Clemente, que siempre arrastra (en el éxito y en el fracaso) algo más que su futuro particular y jamás deja un poso de indiferencia.

Uranga, licenciado en Ciencias Económicas, pasó por Bankoa para acabar como empresario de una ganadería de reses bravas en Salamanca, donde acude al menos una vez por semana. También en eso se diferencia Luis Uranga del común de los presidentes, más cercanos a los negocios estruendosos, a las construcciones y en algunos casos a las inmensas fortunas de ayer, de hoy y seguramente de mañana . Uranga pertenece al mundo de los empresarios discretos y su pasado tiene más que ver con el dulce y el cálido formato de los comercios de estilo. Su madre, con la que vive junto a su hermano en Hondarribia, regentó una cadena clásica de pastelerías donde, según algunas fuentes, se realizan las mejores pantxinetas de San Sebastián.

Ahora le corresponde una etapa menos dulce, quizá la más amarga de las ocho temporadas que lleva dirigiendo el club. Estar en el pozo, aunque sea de una forma muy coyuntural propone siempre situaciones de depresión colectiva en las que se apela a todas las cuestiones colaterales al juego. A Luis Uranga le han criticado unos lo que otros han santificado: que haya destituido a un entrenador en la jornada novena. Todo una traición a la tradición de la Real; todo un arranque de bravura.

"Josemaritarra"

Lo cierto es que a este presidente nacido en la calle Enbeltrán, en plena Parte Vieja donostiarra, cultivador de la discreción de presidentes anteriores, se le ha rebelado el estilo y se ha visto en el ojo de un huracán del que ha huido en su vida cotidiana y profesional. San Sebastián mira de reojo la situación. Unos murmuran por lo bajines que la Real no es así, que gusta de la humildad y de no hacer ruido, gane o pierda su equipo. Otros agradecen el paso al frente y algunos incluso entrevén un síntoma de normalidad en las relaciones transfronterizas (los peajes de las autopistas a veces son fronteras naturales de situaciones artificiales).

A Luis Uranga, Josemaritarra de nacimiento (bautizado en la parroquia de Santa Maria) no se le reconocen aficiones principales más allá de la afición taurina, el gusto por el fútbol (estuvo en la federación guipuzcoana, en la directiva de la Real) y en la tensión que despliega en cada partido que le conduce a un estado de laxitud relajante después del choque. Ahora se ha jugado un órdago con la carta adecuada para hacerlo. Pero el mus, como el fútbol, es un juego inexplicable. La razón se explica cuando se enseñan las cartas.

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